sábado, 14 de junio de 2014

4. Pender de un hilo

28
-¿Así que además de ser un viejo cascarrabias, ahora también sois un traidor? ¡Cuán polivalente podéis llegar a ser, Erwynd!

Dice entrando en escena el líder del grupo que había apresado a la compañía hace unas horas.

-Lo peor de ser viejo es que uno ha podido vivir ya muchas cosas, y hasta no vivir otras tantas que igualmente se le adjudican –echa una risotada e indica a su hombre que se les acerque-. Me he tomado la libertad, mi señora, de invitar a nuestra informal reunión al hombre en quien más confío. Este es Zoltein.

El muchacho hace una modesta reverencia y Kayra manifiesta su agrado al conocer por fin el nombre de su “captor”.

-¿Así que soy un traidor? –prosigue rumiante Erwynd-. ¿Eso os contó vuestro padre?

-No creo que Zoltein tenga mayor interés en esta conversación, mi señor.

-Creedme si os digo que no tengo ningún secreto para este jovenzuelo, es más, es el único en quien deberíais confiar aquí.

-¿Es que acaso el resto de vuestro pueblo no son gente de fiar? –pregunta con fingida inocencia la chica.

-La gente de Logó Fahlu es noble, eso por descontado, pero no puedo asegurar que la gran mayoría haya sido gente decente en su vida anterior a nuestra querida ciudad. Así que cuantas menos tentaciones les pongamos frente a sus narices, mejor.

-Es decir, que albergáis a rufianes, delincuentes y pillos y no os importa lo más mínimo mientras acaten vuestras leyes aprobadas por esas mismas personas de baja moral.

-Un respeto, querida –interrumpe con brusquedad el anciano; su tono ha pasado de la afabilidad a la indignación-. Que seáis invitados aquí no quiere decir que nos despreciéis de este modo. Todos los que aquí vivimos tenemos un pasado, pasado que nos ha traído hasta esta promesa de libertad y redención, y no sois quien en estas tierras para juzgarnos.

Una ligera muestra de arrepentimiento aparece en el rostro de la reina Griundel.

-No seáis duro con la chica, Erwynd. A fin de cuentas, no puede tener muy buen concepto de nosotros habiéndoles casi secuestrado, y encima con vuestra sabida fama de traidor… -se pronuncia conciliador Zoltein, con un toque confidencial de mofa al acabar.

-Tenéis razón, disculpadme, pero hemos trabajado tan duro para mantener esta ciudad a salvo que a veces me dejo dominar cuando creo que alguien la ataca.

Vaga por la estrecha terraza pensativo, nervioso. Cuando al fin se detiene, parece iluminado por alguna ingeniosa idea.

-Así que traidor…-musita; asiente de forma exagerada y prosigue: -En fin, vayamos a lo que nos atañe. No hace falta que os diga que lo que en esta reunión se hable no deberá salir de aquí.

-No podéis esperar que no les cuente nada a mis camaradas.

-Con que al menos uno de vosotros esté sobre aviso será más que suficiente. No queremos incitar rumores ni habladurías –le responde. Entonces se acerca más a ellos, en busca de intimidad-. Desde más allá de las montañas que nos separan del resto del mundo, han llegado rumores de que los que pretenden ser los nuevos señores de los cinco grandes reinos andan buscando a un pequeño grupo de viajeros por el que ofrecen una suculenta recompensa.

La noticia deja anonadada a Kayra.

Puede sentir en sus sienes cómo le late el corazón despacio y con dificultad, cómo la sangre se le congela en las venas y su cuerpo pierde toda temperatura. Una sensación de vértigo que emerge desde el estómago se apodera de su cabeza y todo palidece a su alrededor hasta que no ve más que imágenes en blanco y negro. Es cuestión de segundos, pero la sensación es tan desagradable como indescriptible.

Cuando poco a poco recupera la temperatura y todo recobra su colorido, recuerda dónde está y quiénes la acompañan, entonces es consciente de su situación de peligro. Sus músculos se tensan y su expresión corporal se vuelve hostil, como si de un animal arrinconado se tratase.

-No tenéis de qué preocuparos, chiquilla –dice Erwynd con voz cálida al percibir la tensión de la norteña-. Ninguno de los que aquí habitan saben de esos rumores, hemos hecho lo posible para evitar habladurías al respecto. Por eso esta conversación no deberá salir de aquí.

-¿Para eso nos habéis traído hasta aquí, para vendernos como si de ganado se tratase?

-¿Venderos? –se mofan casi al unísono ambos hombres.

-¿Y para qué querríamos nosotros dinero de los cinco reinos si aquí no nos serviría de nada? –comenta divertido Zoltein-. Funcionamos según canjeos y trueques con lo que cultivamos, cazamos o lo que mejor se nos dé hacer; el dinero no hace más que corromper a los hombres.

-Entonces no entiendo qué hacemos aquí –dice Kayra demostrando su desconcierto.

-Precisamente eso: evitar que los habitantes de nuestra amada ciudad se corrompan al conocer quiénes sois en realidad y el precio que tienen vuestras cabezas. Es mejor para todos que parezcáis invitados aquí; nada os pasará siempre que estéis bajo nuestra protección, nadie de esta ciudad se atreverá a haceros mal alguno ni despertaréis sospechas en vuestra contra.

-¿Y qué ganáis vos con esto? –pregunta cada vez más confusa.

-Aparte de quitarme a vuestros ojos la mala imagen que veo que ya tenéis –ríe irónico el anciano-,  es nuestra forma de proteger a nuestro pueblo. No queremos que nada perturbe la paz que tanto nos ha costado tener, y tampoco le deseamos mal alguno a los inocentes que por nuestras tierras pasen.

-Se me hace raro oír eso –repone Kayra-. El resto del mundo no conoce más de vosotros que la famosa frase de “todo el que entra en su bosque…”.

-“…jamás regresa” –finaliza en su lugar Zoltein-. Somos conscientes de ello, nosotros mismos difundimos tal rumor, mantiene alejados a indeseables y curiosos –y profiere una sonora aunque corta carcajada.

-Como ya os mencioné, hay veces en que dejamos que los visitantes de nuestro bosque continúen su camino sin que perciban nuestra presencia, son las menos si me apuráis –explica Erwynd-; hay otras tantas en que les abrimos nuestros brazos y ofrecemos cobijo y ayuda a todo el que la necesite. Los visitantes quedan tan maravillados con nuestra ciudad y sus leyes que casi ninguno se resiste a quedarse en ella.

-Y por eso nunca regresan… -musita la chica mirando a las decenas de luces titilantes que destacan entre el oscuro manto de la noche. Cada luz, piensa, representa a una persona que ha decido vivir en esta gran ciudad colgante, en este sitio que promete libertad.

Y por un momento envidia a todas y cada una de esas luces.

-Podéis permanecer aquí el tiempo que consideréis oportuno –se pronuncia el anciano tras un profundo silencio-. No intentaré convenceros de que os quedéis en Logó Fahlu, sé cuán importante es vuestra carga, querida niña, y sé que aunque os intentase retener aquí, haríais lo posible por huir y regresar a vuestra tierra. Pero permaneced un par de días aquí hasta que hayáis recuperado las fuerzas suficientes para continuar vuestro camino.

A Kayra el corazón se le antoja pesado al oír esas palabras, palabras que le recuerdan por qué estaba allí, tan lejos de su añorado hogar. Su pueblo la necesitaba; el resto de reinos la necesitaban. Y no iba a fallarles.

Es mejor permanecer allí un par de días, descansar y alimentarse debidamente para lo que les deparaba el futuro; además, el pie herido de Tafari necesita aún algo de descanso. Pero no permanecerían allí más tiempo del necesario.

-Si me permitís, este anciano necesita descansar, los años no perdonan a estos viejos huesos míos –comenta Erwynd frotándose el bajo de la espalda con gesto dolorido, da media vuelta y, antes de marcharse, posa la mano sobre el hombro de la joven reina, lo aprieta con ternura y dice -: Disfrutad de la fiesta y de vuestra estancia aquí.

Echa a andar todo lo rápido que sus cada vez más pesados pies le permiten y, cuando está a punto de cruzar el umbral de la balconada, se gira vivazmente, como si hubiese olvidado algo importante.

-¡Ah, y querida niña, ya hablaremos sobre eso de que soy un traidor! –exclama, pero esta vez con una sonrisa en los labios. A medida que se aleja, habla consigo mismo, realizando aspavientos y lanzando alguna risotada que otra.

Una vez solos, Kayra y Zoltein no cruzan palabra alguna hasta pasados unos minutos.

-Entonces, los Martu ya saben de nuestra existencia –reflexiona Kayra en voz alta.

-Dudo que sepan quiénes formáis el grupo o qué intenciones tenéis –responde tranquilizador Zoltein-, los rumores apuntan sólo a que buscan a un grupo de forasteros entre los que hay algunos hombres del desierto. No se menciona a norteño alguno, así que dudo que sepan que vos estáis metida en ello. Tampoco creo que sepan con certeza qué finalidad tiene vuestra misión para hacer que la mismísima reina Griundel deambule por estas tierras tan hostiles, pero supongo que sabrán que algo tramáis. Y sin control sobre ello, suponéis una amenaza a erradicar.

-Entonces buscan a hombres del desierto… -observa la joven y dirige la vista al interior del salón donde Onar y sus hombres conversan animados.

Una vez más el silencio se adueña de la situación y la reflexión se manifiesta en el rostro de la norteña.

-No os convendría ahora mismo separaros de ellos, si me permitís opinar –dice Zoltein pasados unos segundos. Situado detrás de Kayra, observa también a los hombres del desierto que se mantienen ajenos a los ojos que les analizan desde la balconada.

-¿Qué os hace pensar que quiero hacer eso?

-Lo noto en vuestros ojos –entonces la chica baja la cabeza intentando ocultar toda emoción-. Pero como os he dicho: no os conviene quedaros sola ahora. Aún con vuestros hombres, estas tierras son peligrosas, y si nosotros os hemos podido apresar, otros también podrían. Quizás una vez pasadas las montañas…

Pasan unos segundos en los que la joven reina valora la situación y conviene que el razonamiento de Zoltein es bien acertado. Aunque el enemigo haya ofrecido una buena recompensa por sus cabelleras, no debían aún plantearse viajar por separado para no levantar sospechas si querían sobrevivir a aquellos extraños parajes.

-Será mejor que volváis con ellos, no es recomendable que levantemos más curiosidad de la que ya hemos despertado –opina Zoltein al cruzar la mirada con la del príncipe Onar. Se mantienen así unos instantes hasta que Kayra entra de nuevo al bullicioso salón.

La velada transcurre animosa y desenfadada.

Erwynd se despide de sus invitados y les anima a continuar con el festejo en su ausencia para lo que deja a su hija al cargo. Varios de los presentes solicitan a la joven Runa, que así averiguan que se llama, que cante haciendo en reiteradas ocasiones alusiones a su excelente voz. La bella muchacha se resiste hasta que Zoltein la coge de las manos y la lleva casi a rastras junto a los músicos que siguen amenizando la fiesta. Runa, muerta de la vergüenza, es aplaudida y vitoreada por los presentes que esperan ansiosos a que empiece a cantar. Antes de dejarla sola entre los músicos, Zoltein le da un beso en la frente, lo que provoca la sonrisa de la chica y la ayuda a calmarse. Cuando el muchacho se retira del supuesto escenario, la chica empieza a canturrear, al principio en un tono débil y entrecortado, y una vez que todos en la sala guardan silencio anonadados por las bellas melodías, esta se crece y sube progresivamente el volumen hasta que su extraordinaria voz resuena en cada rincón de la estancia entre ritmos de tambores e instrumentos de cuerda.

Varias parejas de baile se disponen en el centro de la sala y coreografían con gran habilidad las alegres canciones mientras el resto permanece alrededor expectante y acompañando la música con palmadas. El círculo se amplía canción a canción hasta que hay más gente danzando que observando, y naturalmente, la mayoría de los que permanecen inmóviles está formada por la compañía, cosa que no tarda en cambiar pues un par de bien parecidas chicas se acercan dando gráciles saltos a Rostam y Oddur. Les invitan a bailar con ellas, y aunque Rostam se excusa en su torpeza y falta de coordinación, acaban accediendo con mal disimulado agrado.

Dos chicas, que no cantan nada mal, sustituyen a Runa que está ansiosa por salir a bailar. Cuando llega junto a los danzantes descubre que todos están ya emparejados, hasta su adorado Zoltein baila divertido con la joven norteña, para sorpresa de la chica. Sólo queda Argus y, aunque le resulta un hombre atractivo y bien parecido, su expresión seria le hace recelar. Cuando está a punto de sentarse desilusionada, ve cómo alguien le tiende una mano.

Cuando mira con renovada ilusión, halla que es Argus quien la invita y para no parecer descortés, le toma la mano con la mejor sonrisa de que es capaz para que su invitado no se sienta rechazado.

-Espero que se os dé bailar tan bien como cantar –dice el norteño-, y si es así, que me enseñéis.

Y una sonrisa se esboza en su céreo rostro relajándolo, lo que infunde en la chica una agradable sensación.

-Confiad en mí –le responde con una amplia y sincera sonrisa.

Risas y triviales conversaciones se apoderan del momento. Los diversos cambios de pareja provocan que todos bailen con todos, incluso Kayra acaba encontrándose con Onar. Los minutos que duran juntos apenas cruzan palabra y se puede palpar la tensión entre ambos, tensión que queda aliviada en cuanto se vuelve a producir el cambio de parejas.



Al final de la animada fiesta, cada cual se dirige a su morada para intentar descansar lo máximo posible, ya que la fiesta se ha alargado tanto que el alba anda ya cercano.

A cada miembro de la compañía se le ha asignado una modesta habitación a la que no le faltan las comodidades básicas para una corta estancia, y chicos y chicas han sido alojados en distintos lados del inmenso árbol que conforma el consistorio. El largo pasillo en el que se encuentran las habitaciones da al exterior, a un pasaje con arcos y balcones adornados por enredaderas y cristaleras de alegres colores.

Tras despedirse de Alika y Cyra, Kayra se dispone a entrar en sus temporales aposentos cuando oye un silbido a sus espaldas, mas cuando mira a su alrededor no alcanza a ver nada entre la oscuridad. Se encoge de hombros y atribuye el sonido a su agotada mente. Otro silbido, justo cuando gira el pomo de la puerta. No es su imaginación, ni tampoco le suena a un sonido animal. Cuando se cerciora de que en el pasillo no hay nadie más, se lanza directa al ventanal más cercano y escudriña el paisaje que la rodea, cosa cada vez más fácil puesto que los primeros rayos de sol desvelan la enormidad de la ciudad colgante, que aún duerme despreocupada.

Nadie; no ve a nadie ni nada que pueda estar produciendo el sonido. Extrañada, se dispone a dar media vuelta y tratar de descansar un poco. “El cansancio me juega malas pasadas”, piensa para sí.

-¿Acaso estáis tan agotada que ni me oís?

Kayra reconoce enseguida la voz, pero le sorprende tanto de quién es que se gira con los ojos de par en par. Tras el ventanal  por el que había mirado pocos segundos antes emerge la silueta de Zoltein. No con menor sorpresa al caer en la cuenta de que el muchacho debe estar suspendido de algún modo en el aire a decenas de metros del suelo, se le acerca.

-Pero, ¿cómo…? –asoma la cabeza por el balcón y descubre que éste está sobre una pequeña plataforma, algo similar a un columpio. La fatiga hace estragos en su habitual control de expresión y su cara de confusión es claramente manifiesta.

-¿Os gusta? –pregunta divertido el joven señalando el artilugio con su usual dramatismo-. Me preguntaba si querríais acompañarme al mejor lugar de la ciudad.

-Necesito descansar, si no os importa preferiría que fuese en otro momento –responde con una cordial sonrisa.

-Vaya, y yo que pensaba que los norteños eran personas recias y curiosas que anteponen sus vidas en pos del conocimiento…

-¿Es necesario que sea ahora? –suplica la chica ante el semblante insistente del joven; es el cansancio el que habla por ella.

El muchacho echa una ojeada al cielo y asiente con entusiasmo. Entonces hace una pequeña reverencia y tiende su mano a la joven reina. Esta, desconcertada aunque intrigada, la sujeta con cierta inseguridad y el muchacho la aprieta y tira con firmeza de ella. Kayra, asustada, mira abajo y una chispa de pánico recorre su cuerpo al ver la enorme caída bajo sus pies, por lo que acaba aferrada con fuerza a una de las cuerdas del columpio.

-No temáis, agarraos con fuerza –le dice antes de sujetarla con decisión, acto seguido tira de una palanca situada sobre su cabeza, en un improvisado sistema de raíles. Tras el crepitar de una maquinaria, la plataforma se desplaza a bastante velocidad en paralelo al balcón y pocos metros después se detiene bruscamente a escasos centímetros del árbol más cercano. Un clic suena para indicar que el precario medio de transporte se ha anclado correctamente. Entonces el chico coge esta vez una cuerda y tira de ella, y es un sistema automático de poleas el encargado de hacerles subir aún más metros en el aire.

Tras un par de minutos de subida, de pasar junto a casas y cruzar las entramadas copas de los árboles, el columpio al fin se detiene junto a una desmejorada escalinata. Zoltein ayuda a la reina Griundel a bajar y poner los pies en firme, cosa que la alivia un poco, y le pide en un gesto que le siga por los mohosos escalones.

-Andad con cuidado, es fácil resbalar aquí. Ya casi estamos.

Con precaución suben y dan a parar a un entablado que sobresale apenas un metro por encima de la copa de los árboles que les rodean.

Kayra echa una vista a su alrededor y queda fascinada: los árboles abarcan hasta casi donde alcanza la vista y las montañas se muestran tan cercanas que le parece mentira verlas tan nítidamente y estar sin apenas ropa de abrigo. El aire fresco acaricia cada parte de su cuerpo y hace que se sienta libre por primera vez desde que salió de sus tierras semanas atrás.

-¡Esto es maravilloso! –exclama extasiada.

-Y aún no lo habéis visto todo –repone Zoltein señalando en la dirección en que los primeros rayos del sol comienza a asomar por el oeste anunciando el nuevo día.

La luz fluye entre las hojas de los árboles avivando a su paso los verdosos colores que conforman ese aparente mar del que nace el astro rey. El silencio que inunda el lugar da paso al jubiloso canto matutino de los pájaros y, poco a poco, todos en el gran bosque despiertan para dar comienzo a un nuevo día.

-Sencillamente… -comienza a decir Kayra, pero no encuentra las palabras para describir tanta belleza y tal aluvión de sensacionales sentimientos.

-¿Ha merecido la pena? –ríe Zoltein que abre los brazos de par en par y llena de aire puro sus pulmones.

Hasta ahora Kayra no se había fijado, y no sabía si era causado por la emoción del momento o por la falta de descanso, pero al mirar al muchacho le ve mucho más hermoso y bien parecido de lo que le había parecido el día anterior. Y es que es un hombre bien formado, alto y esbelto, de cabellos color castaño claro y ojos de un intenso azul grisáceo. Tras la gran bocanada de aire, se gira sonriente hacia la chica esperando ver la expresión maravillada que ha estado luciendo desde que habían llegado allí arriba y se percata de que en lugar de mirar el paisaje es a él a quien anda observando. Muerta de la vergüenza, Kayra desvía lo más rápido que puede la mirada, cosa que divierte al muchacho.

-¿Y no hubiese sido mejor esperar a la luz crepuscular para venir aquí y apreciar aún más tanta belleza? –pregunta intentando disimular su vergüenza.

-Por desgracia el sol se pone por el este –y cuando señala en la dirección, Kayra ve a qué se refiere. Las grandes montañas Doruklana impedían que el mágico efecto del sol del ocaso tuviese lugar sobre estas agrestes tierras.

-Una pena.

-Sí –comenta algo apenado el joven, pero enseguida vuelve a un tono jovial-. Será mejor que volvamos.

Mientras bajan en el mismo inestable artilugio, la joven reina no puede dejar de sonreír, y apenas intenta disimular su rostro de felicidad. Cuando el transporte se detiene en el mismo punto donde la había recogido hace escasamente una hora, Zoltein la ayuda a descender y se despide de ella con una tierna sonrisa. Kayra le responde de igual modo y se lanza con ansia sobre su cama con una agradable sensación en sus adentros.





29
Los hombres de Audris y los que permanecen fieles al viejo general Erol se alzan en armas. Otros tantos soldados nativos de Kanbas deciden quedarse en su querida ciudad y luchar por ella hasta su último aliento, cosa que el afligido Taerkan agradece con ímpetu.

Que aquellos bravos guerreros ofreciesen sus vidas para dar la oportunidad al resto de huir sin ser descubiertos, emociona al monarca Knöt.
Valerio y su hijo Paulo ya hace rato que han entrado en las profundidades del conducto junto con su ejército.

-Vamos, majestad, marchaos de una vez –le insiste Erol. Los que ya caminan por el pasaje secreto han acelerado prudentemente el paso y ya apenas quedan civiles por cruzar el umbral.

Ahren se funde en un abrazo con la capitana de Skórgull que, sorprendida, se lo devuelve. “El reino y yo os estaremos eternamente agradecidos, valiente Audris. Nos volveremos a encontrar”, le dice al oído con contenida pena. “Nos veremos allá dónde los valientes aguardan el final de los días, mi señor”, responde ella con emoción.  Y acto seguido el consejero se acerca a Taerkan al que le siguen insistiendo para que parta.

Sabe que deben irse de inmediato, mas le cuesta dejar atrás a una buena parte de sus hombres. Huir sin luchar no era su estilo y últimamente se estaba convirtiendo en un hábito.

-Señor, por favor, no hagáis que nuestro sacrificio sea en vano. ¡Marchaos de una vez! –dice suplicante Erol.

Y aunque no soporta la idea de dejarles allí, asiente dándole la razón a su viejo amigo y parte, no sin antes darle un fuerte abrazo y desearle suerte. En cuanto su escolta, Ahren y él mismo han cruzado la puerta, esta se cierra pesadamente dejando atrás todo por lo que sus antepasados lucharon, destrozándole el corazón.



Es mediodía cuando Kayra despierta. Alguien está llamando insistentemente a la puerta y no le queda más remedio que levantarse y abrir o acabará echándola abajo. Una vez abre y se acostumbra a la cegadora luz del exterior, consigue distinguir que quien llama es uno de los hombres de Erwynd que le suena del día anterior.

-Me envía el gobernador, dice que os espera en la entrada al consistorio inmediatamente –y tal como lo dice, da media vuelta y se marcha sin esperar preguntas u objeciones por parte de la joven.

No habiendo descansado gran cosa, lo que menos le apetece ahora mismo es tener que vestirse y salir de su confortable cama, mas debía hacerlo si no quería quedar como una maleducada con Erwynd y su hospitalaria gente. Se lava un poco con el agua fresca que hay en la palangana de su tocador, se pone ropa limpia y se peina como bien puede, y antes de salir de la habitación, echa una breve ojeada a la cama revuelta y resopla con fuerza.

Varios pasillos después, ahí está Erwynd como bien le había hecho saber el emisario. Este, que se percata de la llegada de Kayra, se gira hacia ella con su habitual sonrisa, sonrisa que sufre una leve crisis cuando el anciano observa el ojeroso rostro de la chica.

-Veo que lo pasasteis bien en la fiesta de anoche –observa en voz alta renovando su cordial sonrisa. Kayra asiente con timidez; no podía decirle que el motivo de que no hubiese podido apenas pegar ojo había tenido que ver con su hombre de confianza-. Tal vez preferiríais seguir descansando.

-No, para nada –responde intentando no parecer muy cansada -. Ya que estoy despierta, mejor será aprovechar el día.

Sonríe lo más sinceramente que puede y el anciano parece conforme con la idea.

-Siendo así, demos un paseo por la ciudad. Estoy convencido de que os gustará –propone, y le ofrece el brazo para que ésta se agarre a él, cosa que hace con sumo gusto.

Caminan y cruzan diversos puentes colgantes dando a parar a plazuelas y mercados donde la gente ofrece trueques e intercambios de mercancías. El jolgorio es tal, que a Kayra le parece increíble que los que caminan a ras de suelo por este bosque no alcancen a oírles.

La presencia de la norteña despierta en los lugareños mucho interés y se forman grupitos que cuchichean allá por donde pasan. “Sois la novedad, se les pasará”, dice Erwynd tratando de quitarle importancia pues nota que la situación empieza a incomodar a la muchacha. Le da un par de palmaditas en la mano que se aferra a su brazo a modo tranquilizador, y esta no puede más que agradecerle con una modesta sonrisa.

La gente de los puestos les ofrece manjares de degustación insólitos para la chica, de aspecto a veces poco agradable, pero de sorprendentes deliciosos sabores. Poco a poco la presencia de Kayra empieza a no ser tan intimidante, en parte debido a que se muestra sumamente cordial con todo el que le saluda o dirige la palabra.
En la improvisada excursión por la ciudad, acaban en la plaza más grande e importante de la ciudad colgante. En ella, una serie de enormes espitas incrustadas en la gruesa madera conforman una fuente natural donde el agua fluye,  formando pequeños riachuelos que abastecen a las casas cercanas.

El ingenio de este pueblo la tiene totalmente anonadada.

Entrada la tarde, continúan de excursión y Kayra se emociona ya que empieza a ver algo que hace mucho tiempo que no veía: niños. Los infantes corretean entre el gentío por aquí y por allá revolucionándolo todo. Son ágiles y se mueven por los diversos niveles de la ciudad con una habilidad increíble.

-Quién fuese niño de nuevo para vivir la vida tan intensamente –opina Erwynd; en su siempre sonriente rostro se refleja una pincelada de añoranza y pena cuando observa lo felices que parecen los niños jugando aquí y allá,  pero se borra tan rápido como aparece-. ¡Cómo se nota que acaban de salir de sus lecciones!

De vuelta en la plaza, algunos se acercan al anciano para saludarle y contarle lo que han aprendido hoy, y Erwynd se muestra tan paternal con estos que Kayra empieza a plantearse lo que hay de cierto en lo que su padre le contó acerca de este misterioso hombre.

El resto de los pequeños se sientan en el centro de la plaza a la espera de algo o de alguien. Pasan unos segundos, y un jovencito aparece y toma asiento enfrente del corrillo que inmediatamente guarda silencio, expectante. Los rezagados también se unen ansiosos al grupo y el muchacho comienza a contarles un cuento, un cuento que habla de un niño que vive en un mundo de seres mágicos y corre grandes aventuras. Los boquiabiertos niños estallan de placer cuando el protagonista del cuento vence a cada uno de los monstruos a los que se enfrenta; vitorean y celebran las conquistas y aplauden con entusiasmo cuando el cuento acaba con un glorioso y triunfante final.

Con ganas de más, animan al muchacho a que les cuente otro cuento. Este comienza con una leyenda sobre los bosques y sus misterios, pero algunos, que parece que se aburren con este tema, comienzan a cuchichear y a interrumpir el relato.

-Si no dejáis de molestar, no volveré a contaros ni un solo cuento más –amenaza el chico harto de los parones y el barullo.

Algunos reprenden a los que alborotan pero estos se manifiesta descontentos con las historias, acusándolas de reiterativas. Ante tales críticas, el joven decide cambiar de estrategia.

-Así que os aburren los misterios de este gran bosque, ¿eh? Entonces no querréis saber nada acerca del demonio deforme que atormenta a los viajeros y se alimenta de niños extraviados…

Al oír tan suculenta presentación, los infantes suplican y alientan al muchacho para que continúe con su historia. Entonces el cuentacuentos se pone en pie y con aire teatral comienza la narración.

-Este bosque alberga toda clase de criaturas: criaturas bellas y horrendas, mas también buenas y peligrosas; y entre las peligrosas, las peores, se encuentra el demonio deforme que habita en lo más profundo de nuestro gran bosque. Nadie le ha visto nunca realmente, ya que se dice que quien logra hacerlo jamás vuelve a ver la luz del sol. Cuenta la leyenda que el demonio es hijo de los seres que habitaban aquí hace eras; que era el hijo del mismísimo rey de esta ciudad que, avergonzado por el monstruoso aspecto de su primogénito, quiso deshacerse de él. Sin embargo, su madre, la reina, que no quería que nada malo le pasase a su pequeño por muy horrible que fuese, buscó la forma de mantenerle con vida aunque eso supusiese que no pudiese vivir en su mundo con los de su raza. Sabedora de que en los lindes del bosque habitaban criaturas nuevas y frágiles de aspecto similar al suyo, se decidió a pedirles que cuidasen de su hijo.

>>La noche siguiente del nacimiento del bebé, cuando el rey se disponía a mandar ejecutar a su retoño, la reina descendió desde su elevado palacio y huyó entre la oscuridad en busca de esas criaturas, que se hacían llamar hombres, a las que dejaría a cargo a su hijo –los niños, que han estado muy atentos hasta ahora, manifiestan su emoción-. Cuando la hermosa reina al fin alcanzó la casita donde habitaban, sintió miedo por primera vez en su larga vida al no saber cómo sería recibida por estos seres con los que nunca nadie de su gente había tenido contacto alguno. Aún con todo, se armó de valor y llamó a la puerta –entonces el joven escenifica los golpes que da el personaje en la puerta diciendo en voz alta “toc, toc, toc”, cosa que los chiquillos repiten alegremente-. Y, tras unos instantes, una luz nace dentro de la casa y una criatura con asustado aspecto entreabre la puerta. Se sorprende y asusta a la vez al ver ante su puerta a tan enorme y hermoso ente. Su apariencia es similar a la de cualquier mujer de su raza, pero su gran tamaño y sus exóticos rasgos, además de un tenue resplandor verdoso que emana de sus ojos, confirma su extraordinaria procedencia. “No temáis, buen señor que nada malo pretendo. Vengo apelando a vuestra compasión pues necesito de vuestra ayuda”, dijo la reina justo a tiempo para evitar que el hombre cerrase la puerta. Y este, aunque dubitativo, aguardó unos segundos a la espera de la explicación del bello ser. “¿Quién o qué sois, mi señora?”, preguntó el campesino confundido, pues aunque había oído hablar de leyendas sobre bellos y civilizados seres que habitaban los bosques desde que los hombres poseen memoria, jamás había visto uno en todos sus años de vida. “Vengo del reino del bosque, y allí he de regresar lo antes posible por ello debéis escuchar mi petición”, le respondió con premura. Entonces le enseñó lo que entre sus brazos llevaba, y justo en ese momento la esposa del campesino asomó por detrás de su esposo y no pudo evitar acercarse a la reina y tender los brazos a aquella pequeña criatura que lloriqueaba envuelto por unas ricas mantas. “Este es mi desafortunado hijo, Bastiem”, y la esposa del campesino le observó con ternura pese a su desafortunado aspecto. El bebé emitió un chillido y sonrió, y la mujer se enterneció. “Os suplico que le acojáis y lo criéis como si de vuestro hijo se tratase. En mi pueblo corre peligro…”, les pidió y antes de que pudiese acabar de hablar, la campesina le dijo que sí, que no hacía falta que dijese más, que ellos le cuidarían. “Pero, querida, no tenemos casi alimento para pasar el invierno nosotros, ¿qué haremos cuando las cosechas vayan mal, o cuando las vacas no nos den más que leche agria?”, preguntó angustiado su esposo. “Cada estación recibiréis alimento en abundancia como pago por vuestro favor”, dijo la reina de los bosques. Más aliviado ante la idea, el hombre accedió a las peticiones y ruegos de su mujer, puesto que ellos por desgracia no habían podido tener hijos. Cuando la hermosa reina se dispuso a irse, agradecida con esos seres frágiles de reciente creación que habían demostrado poseer un enorme corazón, les prometió que una vez cada año descendería desde su elevado reino para ver a su retoño y que si estaba contenta con cómo le estaban cuidando, haría que sus cosechas floreciesen y creciesen fuertes y sanas.

-¡Primavera¡ eso es la primavera –vociferan algunos niños mientras el muchacho se toma un respiro.

-Año tras año, el bebé se hacía mayor, y año tras año, las cosechas germinaban y daban frutos en abundancia, y nunca faltaba la comida en la mesa. El pequeño Bastiem crecía sintiéndose querido, ajeno a su extraño aspecto, mas su anciano padre, en el día de su decimosexto cumpleaños, enfermó gravemente y pocos días después falleció. Bastiem se sintió tan apenado por ello que se adentró en el bosque solo, cosa que le habían prohibido sus padres. Deambuló sin rumbo durante días, sin tener una percepción clara de cuánto tiempo había pasado, hasta que un día al fin regresó a casa. Para su sorpresa, no había nadie en casa y parecía que hacía mucho que nadie habitaba la casa. “Pero, ¿Cuánto tiempo he estado fuera?”, se preguntó. Extrañado, esperó y esperó mas nadie apareció, hasta que un día la hermosa reina cumplió con su habitual visita anual. Nunca habían cruzado palabra, para así salvaguardar la identidad de su pequeño, pero la reina al encontrarle tan triste y solo no pudo soportar verle así por lo que se le acercó. “¿Qué haces aquí tan solo, pequeño? ¿Dónde están tus padres?”, le preguntó y el chico, que no podía hablar, se encogió de hombros y se echó a llorar. La bella dama le consoló durante horas y, aunque debía volver antes de despertar sospechas, se quedó haciéndole compañía. El rey, viendo la tardanza de su esposa, ya se temía lo peor y mandó una patrulla en su busca. Y cuando la encontraron, junto al deforme Bastiem, el rey se enfureció tanto que lo encerró en lo más profundo del reino, le colocó una máscara y lo aisló de todo y de todos para que nadie viese a tan horrible ser fruto de su sangre.

>> Los años pasaban y su desconsolada madre, lloraba y lloraba cada día por su pequeño hasta que una noche se las ingenió para llegar hasta su celda, y con la ayuda de algunos hombres leales, consiguió liberarle. “Vete y nunca regreses, mi querido niño. Sé libre por los dos y cuídate de todos aquellos que te odian sólo por ser como eres”. Y así lo hizo. Huyó y se cobijó en las profundidades del gran bosque. Los años pasaron, y las eras también, y el tiempo consigo se llevó a la hermosa civilización de los bosques y trajo a los hombres, que nunca se habían atrevido a adentrarse en él. Hombres como sus queridos padres. Y, recordando lo buenos y amables que habían sido con él, no dudó en acercarse a estos que, al verle, le tacharon de monstruo y lo repudiaron, encerraron, castigaron y torturaron durante años

>> Y la crueldad de aquellos que le temían sólo por su aspecto le convirtió realmente en un monstruo.

Los niños ojipláticos, habían guardado tal silencio que se podía oír la voz del joven cuentacuentos en cada rincón de la plaza. Hasta algunos adultos que se habían parado a escucharle se habían quedado sin palabras.

-Entonces, ¿odia a los hombres porque fuimos malos con él? –reflexiona entristecida una niña en voz alta.

-Eso es lo que cuentan las leyendas. Todo aquel hombre que se le acerca o se topa con él, muere entre terribles sufrimientos. Por eso no debéis vagar nunca solos por el bosque.

Preocupados ante tal fatal destino, todos asimilan lo peligroso que es descender y vagar por el bosque, no al menos hasta que fuesen lo suficientemente grandes y fuertes para poder hacerlo.

-¿Y cómo es el demonio? –pregunta otro pequeño.

-Dicen aquellos que le han visto, o creen haberlo hecho, que tiene un gran tamaño, pero que camina encorvado debido a una enorme joroba que corona su cuerpo. Tiene brazos fuertes y se mueve con gran agilidad por los bosques, que son su hogar –responde, imitando la postura y cogiendo a un par de niños asustados a los que acaba haciendo cosquillas-. Además tiene unos ojos que llamean con verdor, mas cuando se enfada, se transforman monstruosamente.

El corazón de Kayra da un vuelco. El cuentacuentos había descrito algo muy parecido a la silueta que en varias ocasiones había visto desde que estaban en estas tierras boscosas. La primera vez que la vio no pudo evitar que la desconfianza y el temor se apoderasen de ella, sin embargo, la segunda vez, no pudo sino sentirse agradecida ya que estaba convencida de que la había ayudado a encontrar las plantas que salvaron la vida de Tafari.

Está sumergida en sus contradictorios pensamientos hasta que la voz de Erwynd le sugiere que regresen al consistorio.

Por el camino, un apurado Zoltein aparece. Se planta frente a ellos y comunica a Erwynd que han surgido unos problemas con algunos miembros de la comunidad, que se solicitaban sus servicios.

-Uno no puede tomarse un día de descanso sin que surjan problemas, ¿eh? –manifiesta el anciano, y se despide de la norteña-. Siento tener que abandonaros, querida niña, pero el deber me llama –se gira hacia Zoltein y dice-: Cuidadla.




30
Onar pasea por la ciudad colgante junto con Rostam, que ya ha conseguido dominar su pánico a las alturas, y quedan embelesados con sus paisajes y gentes. Conversan mientras caminan y se recrean con las variopintas costumbres de los que allí habitan.

En uno de estas caminatas se cruzan con Argus que va acompañado por la hermosa Runa. Esta habla animada con el norteño que se mantiene callado la mayor parte del tiempo escuchándola atentamente, mas en contraposición con su habitual semblante estricto, ahora se muestra relajado y hasta esboza alguna sonrisa que otra.

Los hombres del desierto pasan un rato agradable charlando con algunos lugareños, hasta que de pronto Rostam dice:

-¿No es aquella de ahí la reina Kayra? –señala hacia un puente que cruza por debajo de la plazuela en la que están sentados disfrutando del panorama.

La joven camina conversando alegremente con Zoltein, y Onar no puede evitar sentir cómo una sensación amarga y cálida le emerge desde el estómago y sube a toda prisa hasta instalársele en la boca. Se siente irritado al ver cómo su aliada hace tan buenas migas con estos extraños que, aunque se estaban portando francamente bien con ellos, no dejaban de ser gente de la que desconfiar, y más irritado se siente aún al verla con el líder del grupo que les capturó. Algo en ese chico no le gusta y no puede evitar que un sentimiento de odio totalmente visceral se apodere de él.
-Se ve que se lo pasan bien los norteños aquí –reflexiona burlonamente Rostam. Al notar que su comentario jocoso no ha surtido el efecto esperado, y que su señor sigue tenso, le propone-: Vayámonos a saciar la sed; si en este sitio hay alguna cantina o taberna, sin duda la encontraremos.


El banquete que les preparan para la cena es tan variado como la noche anterior, aunque más íntimo. Los que van llegando ocupan su lugar y aguardan al resto. Onar ya está situado cuando Kayra hace acto de presencia, y trata de evitar dirigirle la mirada. Los últimos en aparecer son Tafari y Alika y todos se alegran al ver cómo el hombre de la tribu roja apenas cojea.

-Tenéis muy buen aspecto, compañero –dice Rostam dándole un par de palmadas en la espalda.

-Es todo gracias a Oddur y a su valioso don para la curación.

Oddur, que se ruboriza, se quita méritos con un ligero gesto de la mano. Todos toman asiento en la misma mesa y Kayra no puede evitar notar que Onar la rehúye, lo que le hace pensar en que quizás sería de recibo disculparse con él por la falta de respeto al no tenerle en cuenta en la decisión de permanecer en Logó Falhu; a fin de cuentas, le debía gratitud tanto a él como a sus hombres por ofrecerse sin reparos para la temeraria misión que les propuso. “Hablaré con él tras la cena”, piensa mientras Erwynd entra en la sala y todos los allí reunidos comienzan a degustar las deliciosas viandas.

Una vez tienen llenos los estómagos, la mayoría de los comensales se retira a descansar. Uno de los primeros en hacerlo es el príncipe Knöt, que se excusa y se marcha diligentemente de la sala. Entonces Kayra se dispone a ir tras él para poder mantener una conversación, cuando Erwynd se le acerca y se sienta junto a ella.

-Mi querida señora, creo que ha llegado el momento de que vos y yo conversemos acerca de mi problemática fama allá por tierras del norte –le dice con los labios apretados pero sonrientes. Aunque el tema que van a tratar no es del todo cómodo, no puede eludir la situación por más tiempo, así que Kayra decide posponer la charla con Onar.

El resto de la compañía se marcha de la sala dejando a la reina Griundel y al anciano a solas. Este solicita una botella de un espeso licor verdoso que un jovencito le trae prestamente, para luego retirarse también.

-No es que quiera importunaros con el tema en cuestión, pero entenderéis que la reputación es un bien muy preciado para un hombre y que esta se vea mancillada es cuanto menos frustrante –continúa una vez que todos se han marchado; le sirve un vaso del fuerte licor a Kayra y se sirve otro para él.

-Bueno, yo era demasiado joven para recordarlo, pero mi padre no parecía tener muy buen recuerdo de vuestra persona.

El anciano arruga la boca, como si hubiese recordado algo desagradable, y se bebe de un trago el vaso de licor. Cuando lo está rellenando de nuevo, dice:

-Yo quería mucho a vuestro padre, ¿sabéis? Hubiese dado mi vida por él con solo pedirlo, pero a veces las circunstancias no son las que nos gustarían que fuesen.

Y la sala enmudece durante unos instantes.

-¿Qué pasó, Erwynd? ¿Qué puede ser tan grave para que se ponga en duda vuestro honor?, ¿para que pasarais de ser uno de los hombres de confianza de mi padre a ser considerado un enemigo, un traidor a la corona? –pregunta Kayra concisa con aire severo.

El anciano resopla y se acicala la rala barba con gesto pensativo. Sus ojos recorren de punta a punta las aristas de la mesa de madera con nerviosismo.

-Las cosas no son blancas o negras, jovencita, y eso es algo que aprenderéis con los años. A veces podemos ser fieles a nuestros principios y otras veces debemos saltárnoslos por el bien de los demás y el de uno mismo.

-Jamás sería capaz de ir en contra de mis principios, de mis valores. Eso solo lo hacen los necios.

-O los prudentes. Como ya os he dicho: no todo es blanco o negro –puntualiza el anciano. Ante la expresión de negación de la joven norteña, prosigue -: ¿Y si os dijesen que tenéis que escoger entre vuestra propia integridad y la de las personas que queréis y respetáis?

“Conservar mi integridad ante todo”, es lo primero que se le viene a la cabeza, mas cuando se para unos segundos a reflexionarlo, es consciente de que incluso ella misma ya ha traicionado en alguna que otra ocasión sus propios principios en pos del bien de su pueblo y de sus seres queridos.

-¿Vuestro padre os contó algo más de mí aparte de que me considerase un traidor? –pregunta Erwynd, y al no obtener respuesta, profiere una amarga risotada-. Veo que no soy más que un fantasma para los de mi propia sangre.

La confusión hace mella en la norteña y, a pesar de lo habituada que está a ocultar sus emociones, no puede evitar arquear las cejas y torcer el labio en señal de duda.

-Bueno, en ese caso supongo que me tocará a mí desvelaros la verdad. Yo nunca traicioné a vuestro padre, simplemente me marché sin despedirme y supongo que se le partiría el corazón. No todos los días se pierde a un hermano.

-¿Hermano? –repite Kayra anonadada.

-Hermanastro más bien. Soy el hijo bastardo de vuestro abuelo, el rey Kolt.

El mundo se detiene tan de golpe para Kayra que siente con fuerza cómo le da un vuelco al corazón. La imagen de su padre abrazando al que ha resultado ser el gobernador de esta ciudad le viene a la mente. No es que para Krël fuese un hombre de su confianza, es que se trataba de su hermano.
Erwynd se bebe el vaso de una sentada y resopla antes de continuar.

-Vos erais aún una niña cuando me marché de Aldgar. A pesar de ser un bastardo, vuestro abuelo decidió darme la oportunidad de compartir su techo; no tendría privilegios ni títulos, pero no pasaría hambre y no sería el objetivo de alguna maniobra conspiratoria. O al menos eso solía decir –recuerda, y se sirve otro trago-. Cuando Krël fue coronado, temí mucho por mi situación. Vuestro padre y yo nos teníamos en alta estima, mas los ojos de algunos indeseables se fijaron en mí y en todo lo que mi sangre podía darles. Me ofrecieron todo tipo tratos y beneficios, y rechacé todos y cada uno. Le debía tanto a la corona que no podía negarle a su legítimo heredero.

Coge el vaso y juguetea con él entretanto lo mira con un destello de melancolía en sus ojos, luego mira a Kayra y dice:

-Erais tan pequeña, tan frágil cuando tuve que alejarme de allí…

-¿Y por qué tuvisteis que hacerlo?, si lo que decís es cierto, demostrasteis vuestra lealtad rechazando los planes conspiratorios en contra de mi padre. ¿Qué paso para que mi padre, aún con todo lo que hicisteis por amor a él, os considerase un traidor hasta el último de sus días? –pregunta Kayra una vez recompuesta tras la conmoción inicial; las palabras van saliendo de su boca con cada vez más convicción y seguridad mostrándose casi desafiante.

Algo de lo dicho provoca una fuerte y breve presión en el pecho del anciano. Que su rey, su querido hermano, se hubiese marchado de este mundo con la idea de que su hermanastro era un traidor le causa gran pesar y dolor.

-Pocos meses después de que cumplieseis cinco años, hubo algunas revueltas y levantamientos civiles. El sur moría de hambre gracias a las escasas cosechas, mientras que el norte seguía solicitándoles alimento con la excusa de ser los que guardan la barrera. El sur se encendió como nunca antes lo había hecho y vuestro padre me envió con algunos hombres para tratar de calmar las cosas. Mientras tanto, vuestro abuelo agonizaba moribundo –se detiene unos segundos en los que toma una larga bocanada de aire y cierra los ojos con fuerza antes de continuar-. Intentamos apaciguar la ira de los pueblos del sur, y tuvimos bastante éxito, hasta que volvió a aparecer la sombra de la conspiración. Sin apenas darme cuenta, medio reino clamaba porque me enfrentase a mi hermano por la corona y no podía hacer nada por remediarlo. Me utilizaron de cabeza de turco, y vuestro padre llegó a creer que realmente yo estaba detrás de todo. Tras un grave conflicto, y numerosas bajas, decidí que mi sitio ya no estaba en aquellas tierras y me marché sin más. No podía soportar la idea de alejarme de mis seres queridos, pero era más seguro para todos si salía de sus vidas. Vagué sin rumbo fijo durante un par de años, hasta que el destino me puso en este lugar donde rehíce mi vida y prosperé- culmina su relato con renovado entusiasmo.

-Entonces, mi padre estaba equivocado… -musita la joven, que todavía trata de asimilarlo todo.

Erwynd asiente parsimoniosamente. Cuando Kayra abre la boca para dar alguna clase de disculpa, Erwynd levanta la mano y la lleva hasta los labios de la chica sin llegar a tocarlos.

-Nada de lo que digáis cambiará lo que en aquellos días pasaron. Nada de lo que digáis me devolverá la reputación ni hará que mi buen hermano regrese del gran paraíso para cambiar lo que pasó. Quería que al menos, mi querida sobrina supiese la verdad, y no hay nada por lo que disculparse, querida mía.

Una agradable sensación de ternura recorre el cuerpo de la chica que no puede controlarse y se lanza a abrazar al anciano, que se sorprende gratamente pues sabe que mostrar sentimientos tan abiertamente no está bien visto en el reino Griundel. Le responde al abrazo y le da un par de palmaditas en la espalda. Las lágrimas asoman en el aterciopelado rostro de la norteña que trata de contenerlas con poco éxito, siendo luego secadas por los recios dedos del anciano.

-Será mejor que dejemos la charla por hoy –propone Erwynd con la voz conmovida sonriendo. Kayra asiente y le devuelve la sonrisa mientras se enjuga las lágrimas.
Se despiden con un largo abrazo y una extraordinaria sensación de felicidad.



-¿Qué hacéis aquí? –pregunta Onar al reconocer la silueta de Oddur en la oscuridad del pasillo al que dan a parar sus aposentos.

-No podía dormir. Y veo que vos tampoco.

Ha salido de su habitación porque no paraba de dar vueltas en la cama inquieto. Una desagradable sensación de desazón de la que desconoce el motivo le tiene desvelado y tenía tanto calor y está tan sudoroso que ha salido con el pecho al descubierto en busca de un poco de aire fresco que temple sus nervios. Oddur está sentado en la baranda del balcón, en un equilibrio perfecto y cómodo. Una tenue luz rojiza se enciende de forma intermitente y le ilumina parte del rostro por unos segundos tras los que una densa nube de humo difumina parte de su silueta. Cuando Onar se le acerca, le ofrece de la aromática pipa que está disfrutando y este le acepta un par de caladas.

-¿Y a vos qué os inquieta, si puedo preguntar? –dice el príncipe tras exhalar una gran nube.

-Saber cómo estarán los demás allá por Andor mientras que nosotros estamos aquí pasando una agradable estancia de asueto –le responde con resaltado sarcasmo al final, mas su tono general es melancólico.

Otra nube emerge de la boca del joven norteño y ambos respiran profundamente mientras el humo surte su relajante efecto.

-Puede que tenga que deberle lealtad a mi reina, pero no estoy tan seguro de que estar aquí haya sido buena idea –reflexiona Oddur en voz alta, para sorpresa del príncipe del desierto-. Es más, me parece lógico que estéis molesto por ello; decidir por los demás, cuando no todos somos sus súbditos, puede herir mucho el orgullo.

-¿No creéis que sois poco prudente hablando conmigo de estos menesteres?

-¿Por qué?, yo cubro vuestras espaldas y vos cubrís las mías –responde Oddur mordaz con una media sonrisa. Está claro que hace referencia al incidente del estanque de días atrás-. Además, nadie puede poner en duda mi lealtad a la corona Griundel y menos aún a quien la porta.

Tras unos instantes en silencio, Onar se manifiesta:

-¿Daríais vuestra vida por ella, no es así?

-Sin dudarlo.




31
El ruido de unos pasos que se aproximan les interrumpe de súbito. Entre la negrura se distingue una silueta estilizada y contorneada, mas la escasa luz no permite desvelar nada más sobre la identidad del caminante hasta que no está a pocas zancadas de ellos.

Cuando la tenue luz de la luna hace su efecto, los ondulados cabellos dorados de la hermosa reina Griundel brillan con un misterioso color plateado y su habitual piel pálida luce perlada, lo que le da un aspecto inquietantemente  fantasmagórico.

O al menos eso le parece a Onar.

-¡Mi señora! –exclama Oddur dando un salto de la baranda y tratando de disipar el humo que acaba de emanar de su boca.

-Tranquilizaos, Oddur, no hay nada por lo que temer –comenta tranquilizadora con una tímida risotada al reconocer el dulce aroma que desprende lo que andan fumando-. ¿Os importa si os hago compañía?

Mira a ambos hombres a la espera de alguna respuesta y estos se encogen de hombros. Al principio permanecen callados, algo tensos, y más aún cuando Kayra se percata de que el príncipe Onar va bastante destapado. Reconoce el imponente y escultural físico del gran guerrero que es y nunca ha dejado de admitir que posee una belleza exótica increíblemente magnética, ayudada ahora por unos geométricos tatuajes que le recubren sendos antebrazos y un enorme y labrado rosetón que ocupa gran parte de su amplia espalda. Pero no estaba allí para recrearse en esas cosas, se recuerda.

-¿Vos tampoco podíais dormir? –pregunta al fin Oddur rompiendo el tenso silencio.

-Aún ni lo he intentado. Vengo de mantener una entretenida y clarificadora charla con Erwynd –responde con cierto sarcasmo, mas puede sentir cómo el joven del desierto se ha puesto aún más tenso al oírlo. Pide a su hombre que le pase la pipa, a la que da un par de caladas profundas, y cuando se la devuelve, prosigue -: Y ahora me toca mantener otra con su alteza Knöt, si está de acuerdo con ello.

La sorpresa de Onar es manifiesta, y aunque trata de contener su lengua, no puede controlar que en su mente resuene un “¿Ahora sí que os importa mi opinión?”. Sin embargo, se limita a asentir en señal de aprobación y Oddur se retira lo más rápida y sigilosamente que es capaz.
Kayra toma una larga bocanada del fresco aire que les rodea y trata de ordenar sus ideas antes de comenzar a hablar.

-Tengo algo importante que contaros, aunque me hicieron prometer que no lo haría…

-Eso me suena –musita mordaz el joven.

-Sí, bien, creo que me lo merezco –dice Kayra tomándoselo con algo de humor y relajando el ambiente; luego su expresión se agrava-. Pero esto es bien serio, mi señor. Nuestro enemigo, el reino Martu, sabe de la existencia de esta compañía.

Y aunque la escasa luz ayuda a mantener oculto su creciente temor, la sangre se congela en sus venas y empalidece al instante como hiciera Kayra cuando supo de esta noticia.

-¿Saben quiénes formamos el grupo y lo que pretendemos? Pero, ¿cómo…? –pregunta Onar en un hilo de voz.

-No creo que sepan qué pretendemos o quiénes componemos en realidad el grupo –trata de calmarle Kayra-, pero sin duda tendremos que ir con extremo cuidado. Han ofrecido una recompensa por nuestras cabezas y esos rumores ya están alcanzando a estas tierras.

-¿Y cómo lo sabéis?

-Erwynd me lo contó la pasada noche.

-¿No creéis que es injusto todo esto?

-¿A qué os referís? –pregunta la chica confusa.

-A que no sólo decidís por vuestra cuenta nuestra estancia aquí, sino que encima me ocultáis una información tan crucial –le aclara Onar, pero su tono no es irritado como cabría esperar, es de inquietante decepción lo que descoloca mucho más a Kayra.

-Yo…Supongo que os debo una disculpa –dice arrepentida la norteña-. Estoy bajo tanta presión siempre que a veces me olvido del mundo que me rodea. Mi soberbia es mi peor enemiga. Lamento mucho que os hayáis sentido ninguneado, príncipe Onar.

Agacha la cabeza sumida en una gran vergüenza. Y aunque Onar sigue resentido, valora la utilidad que para su gente puede tener que riñan así entre ellos. Haya obrado mal o bien, el que ahora se enfrentasen por una minucia semejante no convenía a nadie. Se serena y dice:

-Es evidente que la pierna de Tafari necesitaba reposo y, sea más o menos de fiar esta gente, nos convenía hacer un alto en el camino –se apoya en la baranda cansado, y prosigue -: Además, no nos están tratando nada mal aquí aunque no alcance a comprender el por qué de que actúen así.

Esboza una media sonrisa y Kayra le imita.

-En realidad, somos huéspedes porque les es conveniente que así lo seamos –comenta la chica, y ante el gesto de duda de Onar, le explica el interés de Erwynd por preservar la nobleza de su pueblo ocultándoles en la medida de lo posible los rumores sobre la recompensa que por ellos se ofrece -. Es curioso cómo todo se reduce al interés. Mas, sea por el motivo que sea, aquí estamos a salvo.

Pero algo perturba de repente al joven príncipe.

La pasada tarde, él y Rostam habían estado buscando algún tipo de taberna donde poder tomar unos tragos y evadir la mente, y tras una buena caminata por la enorme ciudad, al fin encontraron una. En el lúgubre lugar, el olor a alcohol y el humo impregnaban cada rincón, y aunque estaba bastante vacío, en una mesa un grupo de hombres charlaba animadamente. A los pocos minutos de estar allí, cuando el camarero les estaba sirviendo el primer vaso, otro grupo de hombres entró, lo que produjo que la sala enmudeciese de golpe. La tensión era palpable. Los hombres que ya estaban allí bajaron el tono casi atemorizados. Hasta al dueño de la taberna se le cambió la cara por completo, aún así, se les acercó diligentemente para servirles.

Estos misteriosos hombres tomaron asiento en una mesa a pocos metros de los miembros de la compañía, no sin antes echarles una crítica mirada. Una vez sentados, la tensión disminuyó y empezaron a charlar con fanfarronería y altanería, por lo que Onar y Rostam dejaron de prestarles atención.

Pasado un rato, un furtivo comentario les hizo recobrar el interés. Los hombres hablaban sobre lo hartos que estaban del gobierno actual de su ciudad, y entre berrido y berrido, proponían que uno de ellos, un tal Viko, fuese quien les dirigiese una vez que cayese “el viejo”, como llamaron con desprecio a Erwynd.

-Ya está bien de tanta tontería y de tanta norma –dijo el tal Viko, y los demás le vitorearon-. Ya bastante nos cuesta mantenernos a nosotros como para estar siempre acogiendo a viajeros extraviados –se quejó señalando de soslayo a los Knöts; otro vítor más-. ¡Ya está bien de tanto secretismo! Ha llegado la hora de un cambio, viejo. Pronto cambiarán las cosas por aquí, amigos míos.

Y todos estallaron en risas y comentarios de aprobación. Algo en el tono de esa última frase inquietó a los hombres del desierto, mas acabaron quitándole importancia pasados un par de tragos.

“No estaría yo tan seguro de que aquí estemos a salvo”, se dice para sí recordando aquel incidente.

-Si no tenéis nada más que decir, yo … -manifiesta Onar observando el largo rato en silencio que llevan.
Kayra no le contesta. Parece pensar algo tan ensimismadamente que no ha oído al chico, por lo que este decide retirarse, mas cuando está a punto de abrir la puerta de sus aposentos y desearle buenas noches, Kayra se manifiesta.

-¿Sabéis lo mejor de todo? –pregunta retóricamente-. Que al final todo queda en familia.
Da media vuelta y se marcha sin más, dejando al muchacho ciertamente desconcertado.



En el ala de las chicas, Alika y Cyra están también charlando disfrutando del fresco aire de la noche. Cuando Kayra se les acerca para unírseles, Cyra muestra una mueca de descontento y se retira antes de que Kayra las alcance. Percibiendo que Cyra le ha huido, le pregunta a Alika:

-¿Sabéis si le pasa algo?

A lo que la chica de tierras salvajes no sabe dar respuesta, y se limita a encogerse de hombros con el gesto torcido. Decepcionada, la reina decide que ha tenido suficientes problemas por ese día.





32
-¡Vamos!, necesito que los arqueros y que todos aquellos que sepan tirar con arco se aposten en lo alto del muro norte –ordena sin titubeos Erol.

Audris y sus hombres obedecen al viejo general Knöt sin reparos. Ya no hay líderes ni altos rangos de los que acatar órdenes, ya solo se tienen los unos a los otros para hacer frente de la mejor forma posible a su fatal destino.

La supervivencia es lo único importante.

-¡Daos prisa! –dice Audris mientras suben las escalinatas que dan a parar a lo alto del muro. Una vez están arriba, se colocan cada uno a varios metros de los otros para así cubrir más terreno-. ¡En posición!

El enemigo es más numeroso que en los pasados ataques y su fiereza también se ha acrecentado. Se les ve decididos a conquistar a toda costa la gran ciudad dorada. Entre las tropas que se mantienen a la retaguardia, Biefrin se recrea al pensar que solo es cuestión de tiempo que el gran rey Taerkan se postre a sus pies.

Los arqueros cargan y apuntan hacia los numerosos soldados que corren en dirección al muro, derribando a un número ínfimo de enemigos, así que cargan de nuevo. Repiten la operación varias veces más, hasta que estos alcanzan los muros y unas altas escalinatas surgen de entre la marea negra, elevándose, tratando de alcanzar las altas almenas de los muros de Kanbas.

Consiguen repeler las primeras tentativas, mas cada vez es más ardua la tarea de contenerlos. 


El ruido de algo que le parece un espejo o un cristal rompiéndose estruendosamente en el silencio de la noche la despierta de súbito. Kayra se incorpora de inmediato en la cama y, casi sin respirar, aguarda en silencio ante cualquier otro sonido. Pero nada más se oye en casi un minuto por lo que se decide a regresar a sus mundos de ensoñación pensando que no ha sido más que fruto de su imaginación o que ha sido producto de un accidente puntual de alguien.

Un golpe fuerte y seco la vuelve a alertar, y acto seguido otros tantos golpes y pasos fuertes resuenan en la habitación contigua. Coloca la oreja sobre la pared para cerciorarse del origen del murmullo y, aunque hay una densa capa de madera que amortigua todo sonido, distingue una voz masculina que habla en tono bajo. No eran imaginaciones suyas; el ruido provenía de la habitación de Alika. “Algo malo está pasando”, piensa, se pone en pie con toda la cautela de que es capaz y mira a su alrededor en busca de algo que le sirva como defensa. La escasa luz de la luna que entra por el ojo de buey de la puerta no es de gran ayuda y no encuentra nada que le sirva hasta que se fija en una pequeña mesa que hay junto a la cómoda. Se lanza a por esta a la que da la vuelta, con extremo sigilo, y trata de desmontarle una de las patas tirando con firmeza de ella. Tras varios intentos, la pata empieza a ceder y es al cuarto al que consigue hacerse con ella, y justo a tiempo, pues una sombra asoma por el ojo de buey.

De un salto se coloca tras la puerta, y de repente, esta se abre con violencia y varias siluetas se adentran en la estancia y se dirigen con decisión a la cama donde hasta hace unos minutos yacía plácidamente la norteña.

-No está aquí –susurra una voz.

-¿Cómo que no está? –pregunta otra voz confundida-. Si esto sale mal, no sabes lo que nos hará.

-Lo sé, pero no está –le responde la primera voz con desespero.

Una de las sombras se recrea en la cama, la palpa y dice:

-Aún está caliente.

La otra sombra deambula por la habitación hasta que se percata de la posición antinatural de la mesilla a medio desmontar. Cuando va a comunicárselo a su compañero, Kayra emerge de entre la oscuridad y le propina un duro golpe en la cabeza que le hace caer desplomado. El fuerte ruido de la caída alerta al otro intruso que desenvaina la espada corta que lleva en el cinto y ataca a la joven. Esta esquiva las torpes estocadas y frena otras tantas con la resistente pata de madera.

-Dejad de resistiros, no tenéis nada que hacer –dice el intruso entre jadeos.

Queda manifiesto que lo suyo no es la lucha con espada. Sus movimientos son poco eficientes y la fuerza empleada en cada estoque es desmedida para luego mantener el equilibrio y el control. De haber tenido su espada, Kayra ya se habría librado de su atacante, mas hace lo que puede con lo que tiene. Esquiva varios ataques más y en el último, que deja al descubierto gran parte del costado de su atacante, le consigue golpear con contundencia. Se oye un intenso crepitar de costillas y el asaltante cae al suelo retorciéndose de dolor.

Aprovechando que se ha desprendido de su espada, Kayra la coge y se le acerca intimidatoriamente.

-¿Quién diantres sois y qué queréis de nosotros? –le pregunta poniéndole la punta de la hoja en el gaznate. Viendo que se muestra poco colaborador, le oprime las costillas rotas.

-No os diré nada, da igual lo que me hagáis, ellos vendrán cuando vean que no volvemos –le responde escupiendo algo de sangre. Sonríe abiertamente con los dientes envueltos por una fluida capa escarlata y, tras varios carraspeos sanguinolentos más, expira.

Kayra echa un ojo a su alrededor. La sangre del que recibió el golpe en la cabeza invade la estancia, reluciendo con la luz de la luna, y el rostro sonriente del que acaba de morir le dan un aspecto siniestro a la escena.

Deja de recrearse cuando oye el rumor de unos pasos que se aproximan. Sujeta con fuerza la espada y se dirige con extremada cautela hacia la habitación de Alika.
Tras asomarse con precaución, y no ver a nadie en el pasillo, aprieta el paso y descubre que la puerta de la habitación de su compañera está abierta de par en par y que, tras ella, se encuentra la joven tirada en el suelo inerte.

-Alika. ¡Alika! –la llama mientras le da media vuelta y le palpa el pulso. Está viva, malherida e inconsciente, pero viva.

De repente cae en la cuenta de que Cyra ha podido sufrir la misma suerte y se ve obligada a ir en su ayuda. Los rumores de pasos son cada vez más evidentes y no puede arriesgarse a averiguar si se tratan de amigos o enemigos. Sale de la habitación convencida de que aún están lejos cuando, se topa de bruces con dos hombres enmascarados que le cortan el paso.

-Vaya, vaya, vaya. Estos extranjeros no dejan de sorprenderme –ríe uno de ellos.

Los hombres desenvainan sus armas y Kayra comienza a retroceder. Debe huir y dar la alerta, pero apenas le da lugar a reaccionar cuando otro hombre que ha aparecido a sus espaldas la sujeta con fuerza y la obliga a soltar la espada. La chica forcejea con fuerza, mas no consigue zafarse de su captor.

El hombre que se había reído se le acerca, observa la expresión de odio y repulsión de la joven y le da una fuerte bofetada que le provoca de nuevo una risotada. Algo llama la atención de Kayra una vez se recompone del golpe, algo que le es familiar y que cuelga del cuello de quien le habla. Un medallón con un grabado muy peculiar.

-No tenéis nada que hacer, preciosidad –le dice divertido. Luego mira a sus hombres y ordena-: Lleváoslas de aquí antes de que tengamos alguna visita indeseada.

Otros dos hombres aparecen en escena. Uno carga con el cuerpo inerte de Cyra, y el otro se adentra en la habitación de Alika y se la lleva a rastras.

-Lo siento, querida, pero no podéis ver a dónde nos dirigimos. Es una sorpresa –se burla el hombre del colgante y le propina un fuerte golpe en la cabeza que lo torna todo oscuro.


La oscuridad empieza a disiparse y nebulosas imágenes comienzan a vislumbrarse. Siente cómo le zumban los oídos y le pesa la cabeza, también percibe en su boca ese sabor a hierro tan característico de la sangre y el calor de los primeros rayos de sol acariciando su piel. Un ahora pronunciado dolor en muñecas y hombros le lleva a observar sus extremidades superiores y descubre que está atada a un árbol, con los brazos contorsionados de tal forma que sus hombros han estado soportando todo el peso de su cuerpo. Los siente arder con cada ligero movimiento, pero está aún lo suficientemente aturdida para no caer en la cuenta de que ése es el menor de sus problemas.

Un grito desgarrador termina por espabilarla y devolverla a la realidad; cuando dirige su vista hacia el lugar del que proviene, se encuentra con que es Cyra quien ha proferido tan espeluznante alarido. Varios hombres están alrededor de la joven que, atada, protesta, patalea y les lanza todo tipo de improperios. A pesar de la distancia y de que los hombres se interponen en varias ocasiones entre ella y Cyra, logra ver cómo la joven del desierto sangra profusamente por el brazo derecho, mas cuando logra fijarse con más detenimiento, descubre con horror que le falta la mano y parte del antebrazo. Además, un reguero de sangre asoma entre sus desnudas piernas.

Los hombres se ríen fanfarronamente de los insultos y maldiciones que les lanza la tullida muchacha.

Por fin recuerda todo lo acontecido: cómo en mitad de la noche unos intrusos las atacaron y las secuestraron, a ella, a Cyra y a Alika. “Alika”, piensa, cayendo en la cuenta de que no sabe nada de ella. Busca con ansia por todo su alrededor y en un árbol cercano localiza una silueta de mujer, también atada como ella. Sin embargo, y a pesar de que una densa mata de pelo recubre parte de su cuerpo, logra acertar a ver que la piel de la apresada no es oscura como lo sería la piel de Alika.

Con la duda de quién es la mujer que cuelga del árbol inconsciente, oye un gimoteo que proviene de detrás suya.

-¿Alika? –susurra para no llamar la atención de sus captores.

El llanto cesa unos instantes, lo justo para que en un tenue hilo de voz, responda afirmativamente.

-¿Estáis bien?, ¿qué os han hecho? –pregunta con nerviosismo, pero los llantos resuenan de nuevo, renovados gracias a la intervención de Kayra. Imaginándose el mal que le han podido causar, intenta calmarla y sacar en claro ciertas cosas-. Tranquilizaos, todo saldrá bien. Se darán cuenta de que hemos desaparecido y nos encontraran a tiempo. Estoy convencida –aunque le cuesta creer sus propias palabras-. ¿Sabéis dónde podemos estar?, ¿o habéis oído algo sobre lo que quieren de nosotras?

Alika niega las dos veces entre sorbos y gimoteos. Entonces Kayra vuelve a recordar la presencia de esa mujer a la que no logra reconocer y pregunta nuevamente:

-¿Quién es la otra mujer a la que han raptado?

Y por primera vez la voz ronca por los llantos de Alika emite algo más que monosílabos.


-Es la hija del gobernador.

miércoles, 14 de mayo de 2014

3. Interludio

18
Caminan por el desierto durante horas, a paso lento. Charlan entre ellos animadamente recuperando la alegría que habían perdido con el entramado de la tribu azul, aun cuando todavía cargan con los invidentes prisioneros a cuestas. Alika y Kayra hablan sobre sus experiencias; como mujer en estas tierras, a Kayra le asombra lo bien aceptada que está la palabra de la joven y, gracias a que Alika chapurrea la lengua común, pueden conversar durante la caminata.

Le habla de cómo tuvo que ganarse poco a poco el respeto de los hombres, cómo siendo una gran cazadora tuvo que dedicarse a las labores del hogar cuando alcanzó la menarquía y cómo su padre, Sirham, acabó cediendo a reconocerla como a un guerrero más cuando, con tan solo doce años, se escapó con su hermano y un grupo de jóvenes cazadores a una expedición en la cual acabó salvando la vida de varios de ellos.

Estaban cazando, agazapados entre los escasos matorrales para coger desprevenidos a los antílopes, animales  asustadizos y veloces capaces de huir con gran celeridad si se sienten amenazados. Tres de ellos se lanzaron a por las escurridizas bestias cuchillo en mano, y el resto se quedó aguardando expectante. Los muchachos se movían con sigilo entre los despreocupados animales, que bufaban y se libraban de las molestas moscas, sin siquiera reparar en ellos.

De repente, se produjo una desenfrenada estampida.

Un reducido grupo de enormes hienas moteadas apareció aullando alegremente mientras se lanzaban tras los indefensos antílopes, y los chicos se vieron rodeados por las cornúpetas bestias que corrían asustadas, tropezando en reiteradas ocasiones con sus enjutos cuerpos, embistiéndoles y atropellándoles.

Uno de los chicos, el más pequeño, cayó aplastado tras un mal golpe y le perdieron de vista; los otros dos seguían en medio del tumulto intentando salvar sus vidas. Uno de ellos consiguió llegar a una alta roca cercana a la que subió ágilmente. Gritó a su compañero para guiarle hasta su improvisado refugio y este intentó con todas sus fuerzas alcanzarle. Entretanto, los que esperaban tras los matorrales disparaban flechas y lanzaban piedras contra antílopes y hienas con escaso éxito.

Cuando ambos estaban encima de la roca, comenzaron a calmarse los ánimos. Habían corrido un gran riesgo de morir aplastados, pero ahora estaban a salvo de embestidas y pisotones.
El flujo de animales era constante aunque poco a poco iba disminuyendo. Mas, de pronto, Alika vio cómo un par de hienas, las de mayor tamaño del grupo, desviaban su atención hacia los indefensos chicos. Eran presa fácil allí subidos y solo Alika vio venir la desgracia.

Entonces, una flecha salió rauda y certera desde su arco y, entrando por la cuenca del ojo de su objetivo, le atravesó la cabeza. La hiena, que estaba en el aire en pleno salto a la roca, cayó pesadamente y se perdió entre los restos de la estampida. La chica preparó tan rápido como pudo otra flecha y buscó a su segundo objetivo, pero no fue capaz de localizarlo. Aguardó unos instantes con la cuerda tensa mientras escudriñaba la escena en su busca, cuando algo la golpeó fuertemente y la lanzó por los aires.

La bestia la había embestido por sorpresa y ahora se encontraba entre Kanot y los otros dos chicos que estaban con él. Estos se vieron obligados a plantar cara al animal: una gigantesca hiena, más pesada que todos los muchachos juntos, aullaba suavemente con agudas risotadas como si le divirtiese de la situación. Al unísono, los chicos se lanzaron a por el animal que, de un zarpazo, se quitó de encima fácilmente a uno de ellos, a otro le mordió con fuerza a la altura de la pantorrilla, arrancándole un buen trozo de esta, y Kanot acabó, de modo alguno, en el suelo bajo las grandes zarpas de la bestia. Lo olisqueó con vehemencia y varias gotas de sanguinolenta saliva cayeron sobre la cara del asustado muchacho. Cuando abrió la boca enseñando sus afilados dientes, Kanot cerró los ojos esperando el trágico final. Entonces, la criatura cayó en peso sobre él, pero, para sorpresa del chico, cayó sin vida.

Un puñal relucía en la ahora abierta garganta de la hiena de la que manaba la sangre a borbotones.

Al fin, la estampida cesó y, tras curar y remendar como bien pudieron sus heridas, volvieron a casa con la cabeza de la gigantesca hiena a cuestas como trofeo.
Los chicos contaron la historia a Sirham, la historia de cómo Alika salvó sus vidas y demostró tener un gran valor y entereza, dignos de cualquier gran guerrero. Así se ganó el respeto de su padre y de toda su gente. Así fue como ganó el privilegio de que su voz se oyese en un mundo donde solo los hombres tienen derecho a pronunciarse.

Su mundo.



-Un grupo pequeño se acerca por el noreste, señor.

-¿Un grupo de reconocimiento? –pregunta con desgana Erol.

-No estamos seguros, pero el vigía que los avistó dice que sus ropas no son las habituales, que son de tonos azulados –responde dubitativo el soldado.

-¡Norteños!, traerán noticias desde su reino –exclama con renovado interés el viejo general incorporándose en su sillón-. ¡Mandad unos cuantos jinetes para que les escolten hasta la fortaleza y avisad al consejero Ahren de inmediato!

-¡A la orden, señor!



Una vez cruzan las puertas de la gran muralla que envuelve a la hermosa Kanbas, se permiten respirar tranquilos por primera vez en días.

El grupo es pequeño, de unos veinte hombres bien armados, y se aprecia a simple vista que han estado inmersos en una cruenta lucha. Armaduras rayadas y melladas espadas, ropajes ajironados y llamativas manchas sanguinolentas en sus ajados cuerpos deslucen por completo el siempre inmaculado aspecto de los Griundels. Numerosas son las manos Knöts que se prestan para asistir a los maltrechos soldados y cuidar de sus extenuadas monturas. De entre el gentío surge el consejero real Ahren, que se dirige con paso firme hacia el capitán de la mermada caballería.

-Sed bienvenidos, valientes soldados –dice el consejero, mientras el capitán desmonta de su caballo-. Imagino lo duro que ha sido vuestro viaje, pero es necesario que informéis cuanto antes de lo que os ha traído aquí, a Kanbas, en estas lamentables condiciones.

El guerrero se quita el mugriento yelmo en forma de cabeza de lobo, distintivo de alto rango, y descubre su rostro. A primera vista nadie en la fortaleza se había percatado de que quien dirigía la caballería no era un hombre, como todos suponían, sino que se trata de una mujer. Al verla, muchos de los Knöts presentes en el improvisado recibidor no pueden ocultar su sorpresa.

Su aspecto es fuerte y sano a pesar de las heridas: con cabellos lisos y pajizos cortados siguiendo la línea del mentón, piel increíblemente blanca e intensos ojos color azul pálido que le otorgan un aspecto gélido e imponente.

-Venimos desde Skórgull, fuerte del suroeste –responde la joven soldado-. Mi nombre es Audris, capitana de la guardia, y traigo malas noticias, mi señor. Fuimos asediados durante dos días por un extraño ejército de criaturas llegadas desde el mismísimo infierno. Resistimos cuanto pudimos, pero nos superaban en número. Además, estaban bajo algún tipo de protección maléfica. Jamás había visto cosa parecida. Ha sido casi un milagro que hayamos escapado de allí con vida –dice con la voz entrecortada por la emoción.

-Tranquilizaos, aquí estáis a salvo. Vayamos dentro, será mejor que comáis algo y os curéis las heridas. Hablaremos cuando estéis más calmada –le propone Ahren viendo la expresión de pánico y agotamiento de Audris y sus compatriotas-. ¡Buen trabajo capitana!, ¡buen trabajo soldados!



Unos nerviosos pasos recorren la sala sin cesar. Pasos inquietos que resuenan con fuerza ya que su única compañía es el denso silencio de la noche. Pasos que solo se detienen por breves momentos mientras su artífice se recrea en el gran mapa que ocupa la mesa central. De pronto, una de las pesadas puertas se abre y una tullida Audris aparece tras ella, cierra tras de sí y marcha directa hacia donde un angustiado Ahren da vueltas sin descanso, inquieto.

-¿Queríais verme, señor?

-Sí –responde el consejero sorprendido al no haberse percatado de la entrada de la joven. Le invita con un gesto a que tome asiento-, necesito que me expliquéis con mayor detalle lo sucedido en Skórgull.

-Bueno, como ya os conté antes, mi señor, hace apenas una semana nos vimos rodeados por un extraño y siniestro ejército oscuro como la noche. No sabemos de dónde vinieron, ni advertimos su llegada, pero allí estaban: rodeándonos y casi triplicándonos en número. Doblamos las defensas, nos atrincheramos ante lo indescriptible y enviamos mensajes urgentes a Aldgar y al resto de ciudades de Andor pidiendo ayuda y alertando sobre esos extraños invasores. Soportamos sus ataques durante dos largos días –continúa la joven-. Las bajas fueron cada vez más y más numerosas, y parecía que por más que hiciéramos, no éramos capaces de diezmar ni un ápice sus filas. Les derribábamos, pero una y otra vez volvían a ponerse en pie.

>>Aquello no eran hombres, mi señor, eran demonios; fantasmas que no dejaban de regresar de entre los muertos –recuerda, mientras los recuerdos la sumergen en una especie de estado catatónico.

-¿Obtuvisteis alguna respuesta? –pregunta Ahren pasados unos segundos de silencio.

-Ni una sola. Pensamos que el enemigo habría interceptado nuestras comunicaciones con el exterior.

-Eso es lo que he pensado yo también hasta ahora. He mandado varios mensajes al reino explicando la situación y solicitando ayuda y no ha habido respuesta alguna. Algo grave pasa en Andor, y espero equivocarme, pero si el ejército Martu llegó con tanta violencia como decís, me temo lo peor.

-Después de lo que vi, yo también lo haría, señor. Esos hombres, si así se les puede llamar, no eran nada comparado con las monstruosas criaturas que estaban bajo sus órdenes: lobos de varios metros de alto y afiladas garras de acero, lagartos gigantes con aguijones y supurantes ampollas ácidas por todo el cuerpo, gigantes de varias cabezas... El infierno en la tierra –dice Audris afectada tras evocar las siniestras imágenes de aquellas criaturas- Vinimos a tierras de Messut con la esperanza de encontrar aliados aquí; de encontrar a la reina Kayra; de pedir ayuda a los Knöts. Estábamos desesperados.

-Espero que al menos nuestra señora y su compañía puedan cumplir lo más prestamente posible con su misión o temo que pronto no quede nada por lo que luchar –mal augura el consejero.




19
-Podríamos dejarlos aquí, estamos bastante lejos ya de vuestras tierras y con la poca agua que llevan no se podrían permitir regresar. Suponiendo que encontrasen el camino de vuelta.

Han cruzando el desierto durante un día y una noche. Por el camino se han ido encontrando varios poblados pequeños, mas sus sorprendidos habitantes se limitaban a observar cómo la compañía cruzaba sus tierras. Todos reconocían a simple vista a los rehenes, y algún que otro lugareño se arrancaba en risotadas o jubilosos vítores.

Con la silueta de las montañas Doruklana nuevamente ondulante en el horizonte, Onar detiene a la compañía para liberar al fin a los rehenes de la tribu azul. Todos están de acuerdo en dejarles allí ya que de continuar, los presos podrían morir insolados o de agotamiento; además, con las montañas tan cerca no les convenía seguir cargando con tanto lastre, por lo que les destapan los oídos y los desatan.

-Si valoráis vuestra vida, no regresaréis jamás a nuestras tierras –les dice Tafari en su lengua, entretanto corta la última cuerda que les une a los caballos-. Hemos sido benévolos, no hagáis que nos arrepintamos de ello. Sois libres y vuestra suerte ahora pertenece al desierto.

Uno de los hombres azules se lleva las manos al vendaje que todavía le impide ver, pero Onar se las sujeta, deteniéndole, y dice en voz alta para que todos le oigan-: Ni se os ocurra destaparos los ojos todavía. Os vigilaremos mientras nos alejamos y si vemos que alguno realiza algún movimiento sospechoso, no dudaremos  en volver para mataros. ¿Entendido? Yo que vosotros, no tentaría más a la suerte.

Los miembros de la tribu azul asienten y permanecen quietos mientras la compañía se aleja a paso ligero.

-Os acompañaremos hasta los lindes del bosque más próximo a las montañas, si no os es molestia. No voy a dejar que le pase nada a mi medroso primo –dice con marcado acento Kanot entre risotadas. Tafari se torna rojo y contiene una soez respuesta apretando los labios y Kanot, que percibe el disgusto de Tafari, se aproxima con su caballo hasta poder tocar el hombro de su primo; este relaja así su expresión hasta acabar riendo junto con su primo.

-Será un placer que nos acompañéis el tiempo que gustéis –responde gentil Kayra.



El aire va siendo menos cálido a medida que avanzan, algo que reconforta a los norteños. El paisaje cambia una vez más de forma gradual apareciendo más vegetación y pudiéndose vislumbrar mayor número de especies animales. Los colores pasan del pálido amarillo, al más intenso y fresco verde. La primavera roza su fin dando paso a un fresco y apacible verano, una nota amable frente a la odisea que aún les espera. Durante el recorrido, van planeando la estrategia a seguir hasta llegar a tierras de Maeva. Discuten de los impedimentos de tener que cruzar por esa zona desolada con fama de estar habitada por los fantasmas de aquellos que allí perecieron, del peligro y mal augurio que sienten solo de pensar en pasar cerca del oscuro mar de Goi,  y de las dificultades de llegar al templo de las montañas de Helos si el enemigo les cortase el camino más factible. Entre tanta discusión, acaban contándoles a Kanot y Alika su misión, el origen de esta y su finalidad, y Alika demuestra un gran interés en los detalles.



La compañía mira esperanzada el espeso bosque que se avecina, donde podrán tener agua y alimento en abundancia frente a las penurias y el excesivo racionamiento sufrido en sus días en el desierto. Esperanzados a la vez que inquietos, pues desconocen qué les deparará ese denso manto verde.

-Gracias por todo –dice Tafari a sus primos mientras se funden en un emotivo abrazo.

-No vamos a permitir que nada te suceda, primo, ni a ti ni a nadie que te acompañe en tu camino –responde Alika-. Ojalá pudiésemos hacer más.

-Ya habéis hecho más que suficiente –le agradece Tafari.

-Bueno, es hora de volver –comenta Kanot-. Debemos ayudar a reconstruir algunas de las aldeas que asoló la tribu azul –da unas palmadas en la espalda de Tafari y, mirando al resto, realiza una leve reverencia como muestra de respeto.

-Estamos en deuda con vosotros y vuestra gente –dice Kayra, correspondiendo a la reverencia del muchacho-. Si se me permite hablar en nombre de todos, quisiera deciros que os estamos eternamente agradecidos y que, si nuestra empresa llega finalmente a buen puerto, seréis recompensados. No olvidaremos vuestra ayuda.

-No es necesario, mi señora –repone con gentileza Kanot-, nos bastará con que hagáis que nuestro esfuerzo por manteneros con vida no haya sido en vano y cumpláis vuestro ansiado objetivo.

-Seréis siempre bien recibidos en nuestras tierras –dice al fin Alika.

Ha estado muy callada desde hace horas, pensativa, y no parece especialmente satisfecha ni aliviada con la idea de separarse del pequeño grupo.

-Vosotros también seréis bienvenidos en nuestros reinos –comenta Onar.

Los hermanos se despiden del grupo e inician el camino de regreso a casa. Entre ellos conversan mientras se alejan y sus tonos y gestos se acaloran a medida que avanza la discusión. Cuando apenas se les aprecia en el horizonte, la compañía se dispone a seguir su camino. De pronto, se oyen gritos en la lejanía y la silueta de uno de los jinetes se hace más y más grande. La voz de Alika se oye cada vez con más nitidez mientras grita: “¡Esperad!” Oddur es el primero en darse cuenta de la frenética carrera de la joven por lo que pide al grupo un alto. “Ha sucedido algo”, piensa preocupado. Cuando les alcanza de nuevo, una enorme sonrisa ocupa su otrora serio rostro.

-¿Qué sucede, Alika? –pregunta Tafari alarmado a pesar del rostro de felicidad de su prima.

-¡Iré con vosotros! –anuncia con entusiasmo la joven- , nada me espera allí y quiero ayudar en lo que pueda. Si me lo permitís, claro.

-¡Es demasiado peligroso!, vuelve con tu hermano a casa, allí podrás ayudar a mucha gente desvalida que te necesita –protesta el hombre del desierto.

-Kanot y los demás podrán ocuparse de ello –repone esta; y ante la expresión de negativa de su primo, prosigue-: Sabes que no me necesitan allí, que siempre he sentido que haría algo importante por los demás. Déjame ayudaros a salvar a toda la gente que os espera.

Y tras un gran rato de argumentos y contraargumentos, Tafari accede a regañadientes a la petición de su querida prima.




20
En la sala del trono de Kanbas, Taerkan preside una tensa reunión.

-Las arremetidas del ejército Martu están siendo cada vez más intensas. Bahti y Maleen están ya en las últimas. Cada vez les es más arduo el contenerles –dice el general Erol con angustia-. De seguir así, me temo que no podrán resistir mucho más.

-Así es, mi señor –confirma Alker-. Los soldados luchan y el pueblo se refugia en el fuerte de la ciudad, pero las bajas son acusadas y los alimentos comienzan a escasear.

-Parte de mi ejército podría asistir a la ciudad más cercana –propone Valerio.

-Es demasiado arriesgado –interrumpe Erol con aire severo-. Necesitamos a todos los soldados disponibles aquí, en Kanbas. Hasta ahora los ataques han sido meras tácticas de reconocimiento, mas si Bahti y Maleen finalmente caen, no tardaran en intentar asediarnos.

-¿Qué se sabe de Azad? –pregunta Taerkan.

-No he recibido noticia alguna aún, mi señor –responde Kihva con pesar.

-¿Y del reino Griundel? –pregunta una vez más el monarca Knöt.

-Lamentablemente seguimos sin noticias, señor. Sólo sabemos que una de nuestras ciudades ha caído a manos de nuestro enemigo, pero no conseguimos contactar con palacio. Temo que el reino esté bajo el yugo Martu.

La situación es cada vez más preocupante. Tras varios minutos de reflexión, Taerkan finalmente interviene.

-Sólo podemos hacer una cosa: esperar –interrumpe lacónico -. Esperar a que mi hijo y la reina Kayra cumplan con su parte. Nosotros cumpliremos con la nuestra, resistiremos cuanto sea posible en Kanbas. Será mejor que recéis a quien debáis para permitirnos aguantar el mayor tiempo posible aquí.


El bosque se extiende hasta dónde alcanza la vista, bajo y espeso. Las montañas se mezclan con la vegetación con aspecto altivo y escarpado. Cuando la flora del lugar se hace más evidente, se ven obligados a avanzar a pie guiando a las monturas que aún cargan con la mayor parte del equipaje. Avanzan lentamente pero sin descanso hasta que la noche les alcanza y se ven obligados a acampar. Si de día las copas de los árboles bloquean la mayor parte de la luz del sol, de noche la visibilidad es casi nula. El frío nocturno tampoco alienta a los jóvenes viajeros, por lo que deciden asentar el campamento próximo a un riachuelo joven por el que corre un agua fresca y cristalina.

Montan las tiendas, acomodan a los caballos y se reparten algunos víveres. Aunque la comida escasea, no desesperan puesto que durante la caminata por el bosque han avistado gran número de pequeños roedores silvestres, plantas comestibles y agua en abundancia.
Después de la cena, acuerdan hacer turnos de vigilancia. Argus y Rostam son los primeros en montar guardia mientras que los demás tratan de descansar.

La noche es silenciosa, silencio que sólo se interrumpe por el cantar de los grillos y el ulular de una suave brisa entre las hojas de los árboles. Los vigilantes apenas cruzan palabra hasta que se agota su turno y son sustituidos por Onar y Oddur.

Cuando pasa alrededor de una hora de una tranquila guardia, Onar oye un rumor a pocos metros de distancia, y se dirige lentamente hacia el murmullo, que se torna en chapoteo. Cuando está lo suficientemente cerca, agudiza la vista y logra ver el destello del agua y en ella a dos figuras que se sumergen y nadan en un pequeño remanso del riachuelo. Pasados unos instantes, consigue identificar las siluetas; se trata de Cyra y Kayra.

No era un secreto para Onar el enjuto cuerpo de Cyra: la había recogido en la calle, casi desnuda, robando y ofreciendo su cuerpo por unas míseras monedas; sin embargo, el simple hecho de pensar en Kayra, mujer de alta cuna, desnuda, le ruboriza e intriga. Quiere apartar los ojos de aquella ilusión, pero a la vez siente una curiosidad tal que le nubla el juicio. Es una imagen hermosa, pues gracias a la falta de luz, sus desnudos cuerpos no son más que sombras difuminadas por el agua.

-Son hermosas, ¿no es cierto? –dice de pronto la voz de Oddur, que entra en escena a espaldas del joven príncipe que, abochornado, se queda sin respuestas-. No deberíamos estar aquí, viendo esto.

-No –contesta al fin con la mirada aún fija en las sombras, y tras una breve pausa continúa:- Por supuesto que no.

-Pero es difícil resistirse, ¿no creéis? Todo el reino es consciente de que nuestra señora es bien hermosa, y todo el mundo se pregunta por qué sigue sin desposarse con algún noble o miembro de la realeza. Por preguntarnos, nos preguntamos hasta por qué no se le conoce amante alguno. Un misterio viendo tal belleza.

-Sois un tanto osado hablando así de vuestra señora, ¿no creéis? –repone Onar algo indignado por el tono del joven cazador.

-No menos que vos, que seguís sin apartar la mirada de tan delicioso espejismo –le contesta, y Onar se da cuenta enseguida de que Oddur hace rato que le observa molesto, que observa cómo él es incapaz de apartar la vista ni por un segundo de la escena. Entonces ambos cruzan miradas desafiantes, y Oddur prosigue:-Por menos en nuestro reino seríais ejecutado, mi buen señor. Espero que algo así no se vuelva a repetir –Onar hace una leve mueca de arrepentimiento y ambos se alejan silenciosamente del lugar.



Pasan así dos días, caminando con dificultad por la enrevesada maleza, cuando las provisiones se agotan al fin, por lo que deciden aprovechar para cazar algo. Por ello se dividen, para así cubrir más terreno. Oddur y Cyra toman un camino, mientras que Onar, Alika y Kayra toman otro dejando al cuidado de las monturas al resto.

La cacería no les ha ido nada mal. Para cuando vuelven al punto de encuentro llevan varias liebres, diversas perdices y algunas ardillas, además de algunas plantas medicinales y otras tantas comestibles que Oddur ha ido recolectando durante la sesión. A falta de unos metros del claro en que esperan Rostam, Tafari y Argus, una flecha pasa rauda rozando la oreja de Onar y se clava en un árbol a pocos centímetros de la cara de Kayra que se detiene en seco y carga automáticamente una flecha en su arco, se gira en la dirección en la que ha venido la flecha y tensa la cuerda. No ve nada al principio, sólo nota cómo sus acompañantes desenvainan sus espadas, pero al momento percibe movimiento a lo lejos, oye un sonido que le es familiar y se agacha para acabar esquivando otra flecha. Alika corre entonces los pocos metros que les separan del resto de la compañía en busca de ayuda.

Onar y Kayra siguen alerta, buscando a su invisible atacante, ajenos a lo que sucede con el resto.

-Lo buscaré, quedaos aquí –susurra Onar.

-Yo os cubro –responde ella, y el muchacho lo aprueba con un leve gesto.

Los segundos se vuelven eternos y, aunque el tiempo pasa, Kayra tiene la extraña sensación de que el mundo se ha detenido. Sigue atenta con su flecha lista en el arco, flecha que espera ser enviada a algún enemigo. Finalmente percibe movimiento pocos metros más adelante, donde cree ver una silueta, y dispara en su dirección. El lastimero quejido de un hombre le hace saber que ha acertado y rápidamente se lanza a su encuentro. En el suelo, un muchacho de unos quince años se retuerce de dolor mientras sujeta la flecha incrustada en su hombro izquierdo. Cuando la ve acercarse a él con otra flecha lista en su arco, empieza a lloriquear.

-No, por favor, no me matéis. Por favor.

-¡Habláis la lengua común!, mejor, así podréis decirme por qué motivo nos habéis atacado y por qué no debería mataros ahora mismo –dice Kayra fríamente mientras le aleja con un puntapié la daga que intentaba asir segundos antes.

-Buscamos comida, eso es todo, por favor –responde el chico suplicante.

-¿Buscamos? –dice en voz alta Kayra al caer en la cuenta de que es posible que haya más asaltantes cerca, cuando, acto seguido, siente el frío tacto del acero en su cuello.

-Será mejor que soltéis ese arco, preciosidad, o me veré obligado a deformar ese bello rostro vuestro –dice la voz de aquel que ahora amenaza a la joven reina. Kayra se mantiene inmóvil, por lo que el asaltante insiste -: ¡No seáis más testaruda y soltad las armas!

-¡Mátala! –grita el chico que aún se retuerce de dolor-, ¡mátala! Nos quedaremos con sus cosas; los demás ya nos estarán esperando.

-Sí, ¿por qué no? –le responde el otro asaltante con tono divertido, de pronto se oye el silbido de algo que se mueve a gran velocidad y, tras este, un golpe seco. La hoja que cruza la garganta de Kayra cae desplomada y con ella su portador, tras el que aparece Onar que desincrusta la hoja del hacha de su espalda y se dirige decidido hacia el maltrecho joven del suelo.

-No, por favor, señor, piedad –lloriquea.

-¿La misma que ibais a tener con ella? –le responde, y acto seguido le da una patada en el estómago.
-No… -balbucea el chico-. Tened misericordia.

-¿Cuántos sois?, ¿y qué andáis buscando? ¡Contesta, miserable rata! –ordena mientras le arrea otro puntapié.

-Habló de más hombres que les estarían esperando –interrumpe Kayra, que con una certera flecha acaba de atravesar la cabeza del muchacho matándole en el acto, para asombro de Onar-. Vamos, los demás están en peligro.


Tafari, Rostam y Argus vigilan las monturas mientras los demás se van de cacería para volver a abastecerse. Las horas pasan sin mayor trascendencia, puesto que ninguno es hombre de muchas palabras. Apenas hablan salvo algún comentario aquí y otro allá hasta que Argus encuentra unas plantas que le son familiares, arranca unas pocas, las sacude y se las mete en la boca sin vacilar. Entonces, su habitual expresión seria se endulza ligeramente.

-Es increíble cómo un simple sabor puede recordarte el hogar –dice el norteño, y los otros asienten. En un gesto les ofrece de su modesto manjar y los demás aceptan.

-Es fresco, nunca había probado algo así antes. Delicioso –repone Rostam.

-Sin duda –añade Tafari.

Su relajante experiencia es interrumpida por un furtivo ruido que proviene de la zona más poblada de árboles y matorrales, allá por el flanco más cercano a Rostam y a las monturas. De inmediato todos blanden armas y sin apenas darse cuenta se encuentran aguardando la inminente lucha con cinco bandidos que se les acercan a toda velocidad.

Tafari lanza varios cuchillos que consiguen acertar en el brazo y hombro de uno, frenándole en seco; Rostam esquiva con gran habilidad las arremetidas de otro mientras intenta alejarlo de las monturas, que relinchan asustadas; y Argus contiene a otros dos mientras Tafari se enzarza en batalla con el que queda. Pasan unos segundos cuando, de golpe, aparece Alika que, al contemplar la escena, carga inmediatamente el arco y reduce al que Tafari había dejado herido, pues ahora se abalanzaba sobre él aprovechando la distracción de la pelea. Vuelve a cargar, esta vez dispara a uno de los que lucha contra Argus, al que hiere en una pierna. Carga una vez más y, finalmente, lo derriba.

Entretanto, Rostam decide al fin que está lo suficiente lejos de las monturas para plantarle cara a su atacante, detiene la hoja de este con la de su sable y lo tira al suelo con una patada que parece barrer el suelo. Sin que apenas pueda reaccionar tras la caída, el chico del desierto le clava la espada en el pecho, le aleja de un puntapié el arma y le observa mientras se desangra. Tafari, que es visiblemente de mayor tamaño que su oponente, parece danzar con su lanza repeliendo con ella los ataques hasta que de pronto una flecha se le incrusta en la pantorrilla derecha, cosa que le hace caer de rodillas quedando a merced de su agresor. Este aprovecha su oportunidad y le ataca con furia. Tafari consigue a duras penas evitar un par de estocadas que llegan a quebrar su lanza. Cuando el bandido alza con ambas manos la espada, dispuesto a dar la tercera y definitiva, Argus le secciona el brazo izquierdo separándoselo del hombro, tras haber abatido a su atacante. El intenso alarido de dolor es cortado en seco por otro tajo que le asesta el norteño a la altura del cuello, separándole la cabeza del cuerpo y acabando así con su vida.

Alika busca, arco en ristre, el origen de la flecha que ha herido a su primo cuando ve caer a un hombre de una copa de árbol cercana y seguidamente aparecen en el claro Cyra y Oddur, que remata al arquero caído. Segundos después, Onar y Kayra regresan al llano para ver que todos habían sido atacados con mejor o peor suerte, pero que aun así debían estar agradecidos porque los daños eran mínimos.

-No te muevas, primo, te curaremos esto enseguida – le dice Alika a Tafari que intenta levantarse torpemente con su destrozada lanza como bastón:-Oddur, necesitamos de vuestra curativa sabiduría.

-¡Por supuesto! –responde este, y acude con diligencia.

-¿El resto estáis bien? –pregunta Onar, y todos responden afirmativamente-. Bien, registrémosles a ver si tienen algo que nos sea útil y vayamos a montar el campamento a otro lugar, aquí podríamos correr peligro.

Mientras registran los cadáveres, Cyra descubre que uno de los asaltantes aún continúa con vida, aunque a duras penas. Avisa a Onar que, sin dilaciones, se acerca y, tras borboteantes intentos de súplica, lo remata.

-Podríamos haber obtenido información –se queja Cyra, pues para ese fin había dado aviso.

-Sólo son ladrones, sucios asaltantes de bosque. Matarnos y robarnos era su única intención –responde Onar irritado.

-¿Cómo podéis estar tan seguro?, si simplemente le hubieseis dejado unos segundos más con vida…

-Porque oí cómo uno de ellos decía que matasen a Kayra para así robarle cuando la pillaron por sorpresa. No hay honor con quien no lo tiene –interrumpe cortante Onar. Entonces Cyra da por terminada la conversación viendo el semblante autoritario de su señor.

-Será mejor que recojamos y nos marchemos de aquí –dice Argus, pasados unos segundos de tensión. Está sentado en el suelo, cubierto de sangre, limpiando sus espadas:-Tafari, ¿podéis caminar?

-Sí, creo que sí –responde este incorporándose después de los últimos retoques que da Oddur a su vendaje. Debe caminar usando su lanza rota como bastón, pero es más que suficiente para moverse a varios metros del claro e instalar de nuevo el campamento en otro lugar.




21
Tumbado en la tienda juguetea con un medallón de madera pulida que le encontró a uno de los bandidos que les atacaron la pasada tarde. Algo perturba la mente del joven príncipe Knöt quitándole el sueño, por lo que decide salir de la tienda para tomar un poco de aire fresco. Procura no salir de la zona de acampada para no alertar a los compañeros que estén montando guardia, pero deambula con desasosiego y preocupación.

-¿Qué puede ser tan importante para quitaros el sueño después de un día tan largo? –pregunta una voz desde la oscuridad, sobresaltando al joven; pasados unos segundos, la reconoce. Es Kayra, aunque sigue sin verla por más que escudriña su alrededor.

-En realidad ni siquiera sé el motivo, pero algo se empeña en arrebatarme el sueño esta noche –le responde desanimado.

-Todos estamos con los nervios a flor de piel últimamente. Tantos días alejados de nuestros hogares, estando constantemente alerta en territorios desconocidos y pensar que los que esperan que nuestra misión tenga éxito puede que no estén teniendo mejor suerte que nosotros, destroza la mente de cualquiera.

-La mente y el corazón –musita Onar. Pasa unos segundos analizando el medallón, en el que el dibujo tallado de un árbol abrazado por dos serpientes destaca de forma siniestramente bella, obsesionándole.

-¿Puedo ver eso? –dice la chica descolgándose del árbol y sacando así a Onar de sus pensamientos.

-Por supuesto –responde este entregándole el medallón-. Se lo encontré a uno de los que nos asaltaron. ¿Os suena de algo ese símbolo?

Algo en aquel grabado le resulta familiar, sin embargo, por más que puede visualizar el símbolo, no es capaz de recodar de qué le suena o dónde ubicarlo. No obstante, le despierta un extraño sentimiento de desconfianza, al igual que a su compañero.

-No –contesta titubeante-, no me suena. Será mejor que descanséis, yo seguiré vigilando.

Seguidamente, trepa con agilidad de nuevo al árbol mientras el joven la observa algo somnoliento. Bosteza mudamente, se encoge de hombros y gira sobre sí para encaminarse hacia su improvisado aposento, cuando las ramas sobre su cabeza se agitan nuevamente con brusquedad. Unos dorados y perfumados bucles caen entremezclándose con sus zaínos cabellos y una voz dulce le susurra al oído:-Gracias por salvarme esta tarde. Antes de que pueda reaccionar, la chica se había esfumado una vez más dejándole sólo su dulce aroma.


-Mi señor, al fin han caído –anuncia una voz sibilante desde las sombras -. Se han defendido con ímpetu, pero no tenían nada que hacer contra vuestro ejército.

-Perfecto, todo está marchando a la perfección.

-Como os auguraron los oráculos, señor –puntualiza la voz sibilante.

-No hay destino que no esté bajo el control de los hombres, consejero, y mucho menos bajo el control de los hombres astutos y poderosos.

-Y no hay nadie más astuto y poderoso en estas tierras que vos, mi señor.





22
Cuando el día rompe, ya tienen casi recogido todo el campamento. Apenas cruzan palabra, apenas levantan la vista del suelo. Terminan de recoger los bártulos como si de autómatas se tratase. Al fin se ponen de nuevo en camino pero a paso lento, pues Tafari aún camina lastrado por una fuerte cojera.

Pasadas unas horas se ven obligados a acampar de nuevo.

-A este paso, no llegaremos nunca –dice con desespero Cyra mientras ata los caballos con la ayuda de Oddur.

-No podemos hacer otra cosa, Tafari no puede apenas caminar, no al menos en unos días –le responde este-. Si pudiese ir a caballo no habría problema, pero con una vegetación tan densa y baja sería más problemático en realidad. Debemos ser un poco pacientes.

La chica asiente con resignación, está afligida como todos por la desgracia del de la tribu roja, pero no puede evitar sentirse desesperada al pensar en el tiempo que están malgastando mientras los demás tratan de resistir en el reino Knöt.

Cuando han descansado un par de horas, vuelven a ponerse en camino.

A medida que avanzan, el bosque va comenzando a abrir tras tantos días de espesura y pueden volver a usar sus monturas para algo más que para cargar el equipaje, lo cual agradece el tullido Tafari. Cuando el ocaso está ya cercano, las temperaturas descienden bruscamente, perjudicando de sobremanera a los hombres del desierto, por lo que se ven obligados a encender una gran hoguera, cosa que no hacían desde que abandonaron el desierto. Por muy peligroso que les pareciese, era preferible arriesgarse a llamar la atención de miradas indeseables que morir congelados.

-¡Por todos los dioses!, no sé cómo algo puede sobrevivir con este frío –se queja Rostam, que no hace más que frotarse brazos y piernas cerca de la hoguera para entrar en calor.

-El desierto también es gélido al caer el sol, deberíais estar acostumbrado –repone Oddur entre risotadas.

-En el desierto, basta con tener buena ropa de abrigo – le responde algo molesto, no bien sabido si por las risas de Oddur o por lo extremo de la temperatura-. ¡Este frío penetra hasta las mismísimas entrañas, y se empeña en permanecer en ellas!

-Es por la humedad, que cala los huesos –comenta Argus, que acaba de volver del bosque cargado de un buen montón de leña-. Lo mejor para combatirlo es mantenerse activo, moverse.

-Pues no es que den muchas ganas de mover un solo músculo, la verdad –protesta Cyra tiritando.

Pasada la noche, y ya menos entumecidos por las bajas temperaturas, se replantean seguir caminando y aprovechar al máximo el día que tenían por delante.

Alika y Kayra se ofrecen para ir a por agua a un río que está a varios minutos mientras el resto recogen el campamento. Una vez en la orilla, comienzan a rellenar las botas con las cristalinas aguas cuando, de repente, Kayra percibe movimiento entre unos matorrales de la otra orilla. Cuando centra en ellos su atención, estos paran de agitarse. Permanece casi un minuto inmóvil, en busca de alguna amenaza agazapada entre la maleza, cuando Alika la sobresalta tocándole un hombro.

-Vamos, los demás ya deben estar esperándonos. ¿Sucede algo?-pregunta dirigiendo su mirada hacia donde miraba la norteña.

-No, supongo que no –responde dubitativa Kayra, y vuelve a mirar los arbustos aún inmóviles- . Debo estar nerviosa y veo ya amenazas donde no las hay –ríe. Termina de rellenar las botas que le quedaban y regresan a buen paso hacia el campamento. Sin embargo, la sensación de que alguien las vigila sigue palpitándole, por lo que vuelve un segundo la vista y ve algo de soslayo que llama su atención.

Algo que parece una silueta humana emerge de entre los arbustos y se dirige raudo hacia el linde del cercano bosque. Camina rápido pero de forma torpe, cojea y parece que le cuesta andar del todo erguido. Entonces Kayra se detiene y Alika, que lo percibe, se gira hacia su compañera en busca de una explicación.

-Será mejor que nos marchemos cuanto antes de este sitio –dice con un brillo desafiante en la mirada antes de que la chica de tierras salvajes diga algo, y ambas recuperan la marcha.


Una vez se reúnen con el resto, reparten el agua y montan de nuevo en dirección norte, hacia otro frondoso y alto bosque. Kayra no hace mención alguna sobre el extraño espía, mas se mantiene bien alerta todo el camino.

Para cuando la noche les alcanza, están a pocos metros de los límites del alto bosque que se muestra aún más imponente y denso que el anterior.

-Descansad cuánto podáis, no sabemos cuánto tardaremos en cruzar el bosque –dice Onar preparándose para montar guardia-. Deberemos mantenernos bien atentos a lo que nos rodea, el pueblo colgante habita estas tierras y, como ya sabéis, nadie que se haya adentrado en este bosque ha salido jamás.



  
23
-¡Nos atacan!

-¡Rápido, todos a las armas! –vocifera el capitán de la guardia de Bahti- ¡Esos seres del infierno no podrán con nosotros!

El ataque es feroz.

Arremeten desde varios flancos al mismo tiempo: del norte al este. Decenas de hombres luchan al pie de los muros de la ciudadela, otros tantos lanzan proyectiles a diestro y siniestro desde sus almenas y una reducida, aunque decidida, caballería carga incesantemente contra el numeroso enemigo.

Los valientes soldados van cayendo poco a poco mientras merman lentamente  las líneas enemigas, pero son tantos y tan resistentes que parece que la batalla no vaya a tener nunca fin. Aguantan así durante varias horas hasta que el sol empieza a ponerse, y cuando la luna está bien alta en el cielo, la ciudad cae en manos Martu.



-Mi señor, lamento comunicaros que hemos perdido Bahti –dice uno de los generales Knöt mientras entra en la sala del trono junto con varios soldados de alto rango. Taerkan está sentado en su trono con semblante de preocupación, el cual no parece mejorar al oír las trágicas noticias que trae el general. Valerio que también está en la sala, se muestra inquieto y deambula sin cesar tras el sillón del trono.

-Informad de ello a Alker, tiene derecho a saber que su ciudad ha caído –ordena el monarca Knöt con pesar.

-Lo haría señor, pero no sabemos dónde se encuentra.

-Buscadle y comunicadle la tragedia, decidle que lamento su pérdida y que le prometo que esta afrenta no quedará sin castigo.

-Sí, mi señor.



En una remota plazuela de Kanbas, una furtiva reunión va a tener lugar en el refugio de la noche.

Alker llega al sitio acordado y aguarda a su misteriosa cita. Aún lleva en la mano la breve nota que ha recibido hace unas horas sin ningún tipo de firma, nota en la que reza un lugar y una hora. Alker vuelve a revisarla, para cerciorarse de que no haberse confundido, cuando percibe una presencia a sus espaldas.

-¿Por qué razón me habéis citado, Alker? –pregunta el recién llegado Kihva-. Salir de palacio no es lo más recomendable en estos momentos.

-Podría haceros la misma pregunta –responde Alker, y observa que Kihva lleva en sus manos una nota de aspecto muy similar a la que ha recibido él. Levanta la nota para que, a pesar de la escasa luz, su amigo pueda verla y darse cuenta de lo mismo que ha deducido él: que ambos han sido citados por la misma misteriosa persona.

Antes de que puedan continuar la conversación, Adem entra en escena.

-Bueno, parece que ya sabemos quién nos ha citado aquí a esta inoportuna hora –comenta Kihva al verle.

-Lamento desilusionaros, camaradas, pero a mí también me ha llegado la nota –responde, mostrando el manuscrito papel-. ¿Tenéis alguna idea de quién querría hablar con nosotros aquí, tan apartados de oídos reales?

Alker y Kihva niegan con la cabeza, cuando una voz resuena desde una oscura esquina.

-He sido yo quién os ha citado, señores.

-Veo la sombra, pero no veo al hombre. Si queréis algo de nosotros, descubríos –solicita Adem con aire desafiante.

-Mi rostro no es importante, mi señor. El motivo de traeros fuera de palacio no es otro que el de huir de oídos y miradas indiscretas, seguro que no queréis que el rey Taerkan sepa lo molestos que habéis estado con los oídos sordos que ha hecho a los ataques de vuestras queridas ciudades.

A los nobles se les descompone la cara ante las palabras de aquel desconocido. Los tres son hombres leales a la corona, pero bien cierto era que habían manifestado su descontento en sus círculos más cercanos acerca de la ignorancia mostrada hacia las necesidades de su gente. Sus hogares serían tomados y sus familias asesinadas sin que su señor hubiese intentado evitarlo de modo alguno, y eso les indigna.

-¡No tenéis ni idea de lo que estáis afirmando! –repone irritado Alker-. No son más que habladurías. No tenéis nada que lo demuestre; no tenéis nada de qué acusarnos.

-No pretendo acusaros de nada, mis buenos señores, mis intenciones no van más allá que de proporcionaros información.

-¿Qué tipo de información? –preguntan al unísono Alker y Kihva.

-Información sobre vuestras familias y lo fácil que sería quitarles la vida si no hacéis todo lo que se os pida –responde con inquietante calma el hombre misterioso.


-¡Hermano!, ¡hermano!, ¡ya casi son nuestros! –el júbilo se apodera de la joven Biefrin que baja casi saltando de un quimérico rinoceronte, robusto y duro como tal, pero ligero y veloz como el mejor de los caballos.

De la enorme y rica tienda cercana, asoma la cabeza de un hombre calvo y pálido, de aspecto huesudo y muy arrugado que esboza una leve a la par que maléfica sonrisa al oír la noticia.

-Vuestra hermana es una gran líder militar, señor –dice regresando al interior de la tienda.

-Su pasión es bien útil en estos menesteres –responde con regocijo el rey Eddelan.

De repente, Biefrin abre las cortinas y entra diligentemente en el refugio hasta llegar frente a su hermano mayor. Hace una contenida reverencia, besa la mano de su rey, y hermano, y se sienta a los pies de este feliz, como si de una niña pequeña se tratase.

-Ya son nuestros, hermano, Bahti es nuestra. Ha sido más sencillo de lo que esperaba–explica divertida mientras acaricia juguetonamente la mano de su hermano. Biefrin es una muchacha joven, de unos dieciséis años de edad, fuerte y atlética. Es bien parecida, de sinuosas curvas, piel suave y perlada y cabellos de un oscuro e intenso tono rojizo, como la mismísima sangre. Sus ojos son de un brillante color verde, como los de su hermano mayor, que a pesar de ser algo menos agraciado que ella, también tiene un aspecto juvenil y sano comparado con el del resto de su malogrado pueblo.

-Perfecto, todo marcha según lo planeado –le responde sonriéndole-. Eres una gran líder de mis tropas, hermana, cuando Kanbas sea nuestra podrás quedarte con las joyas y ropajes más hermosos que allí haya.

-¡Genial!, siempre he querido vestir como una hermosa señora del desierto.

-La más hermosa –puntualiza Eddelan mientras acaricia los bucles escarlata de su hermana-. Reagrupa a las tropas y ataca lo antes posible, quiero que Kanbas caiga antes de que puedan darse cuenta. Necesito tener al gran rey Taerkan postrado a mis pies rogando y suplicando por conservar su miserable vida.

-Y pronto le tendréis a vuestros pies, mi señor –interrumpe una voz femenina que ambos reconocen y que despierta en Biefrin un malestar furioso y visceral que la crispa. La mujer, al fin se hace visible a sus ojos saliendo de la penumbra. Sus cabellos son de un intenso color azabache, al igual que sus rasgados ojos que están finamente perfilados realzando así sus exóticos rasgos; su lechosa piel contrasta con los ropajes color rubí que la envuelven.

Se dirige contoneándose de forma sensual hacia Eddelan al que acaricia con suavidad el hombro una vez que está a su lado y Biefrin no puede evitar mostrar una mueca de desprecio en su rostro. Ambas cruzan miradas durante varios segundos, de forma desafiante, hasta que Eddelan se pronuncia:

-Llevabais razón con lo de no atacar directamente Kanbas, Yune, de no haberos hecho caso no habríamos tenido esta ventaja en el combate.

-El mérito es todo vuestro, mi señor.

-En realidad, el mérito en la batalla es cosa de mi hermosa hermana –responde este echando una tierna mirada sobre la chica, la cual lo agradece acariciándole de nuevo la mano. Y Yune la mira con displicencia-. ¡Qué haría yo sin mis chicas! 

Y, tras las forzadas sonrisas de rigor, ambas vuelven a cruzar miradas desafiantes.

-Por muy altos que sean sus muros, Kanbas pronto será nuestra, hermano –asegura Biefrin con entusiasmo.

-Es necesario que antes conquistéis Maleen, princesa. Cuanto más débil se vea el enemigo, más rápido sucumbirá –aclara cortante Yune, y la joven Martu enrojece de ira.

-Maleen caerá pronto, ¿verdad, hermana?

-Cierto, hermano.

-De todos modos seguid vigilando la ciudad dorada, que nadie entre o salga sin que lo sepamos. Taerkan no debe escapar de allí con vida –sentencia Eddelan-. Asediad cuanto antes Maleen, haced prisioneros a quienes creáis oportuno y traed ante mí al bravo rey Knöt lo antes posible. Confío en vos, querida hermana.

La joven pelirroja asiente complacida, besa la mano de su rey y se marcha de la tienda con la clara idea de que conquistará la gran ciudad Knöt como muestra de su valía.

-Tiene una gran voluntad –opina en voz alta Yune en cuanto la chica se ha ido.

-La voluntad no es suficiente, querida mía –le responde el monarca; entonces este le pasa la mano por la cintura haciendo que se siente en su regazo y le acaricia el cuello-. Biefrin es una excelente capitana, pero jamás entenderá lo difícil que puede ser reinar y tomar decisiones tan importantes. No me vendría mal un heredero, después de todo –y, finalmente, le besa el cuello.

-Vuestra hermana ya me odia demasiado como para que encima me quedase encinta de vos, mi señor –le responde riendo-. Además, antes de tener un heredero, hay demasiadas cosas por hacer.

-Bueno, pero por ensayar no hay nada de malo –ríe pícaramente. 




24
Hace escasamente una hora que han recogido el campamento y se han adentrado lentamente en el alto bosque, cuando empieza a llover, de forma suave al principio para acabar torrencialmente después, por lo que se ven obligados a buscar refugio.

-No hay ni un solo sitio dónde resguardarse por aquí –trona molesto Rostam-. Ni siquiera una maldita cueva o saliente donde refugiarse de este temporal.
-Siendo así, sólo podemos seguir en camino –le responde Onar tranquilizador-. No tenemos ni un segundo que perder.

Pasan las horas y el sol no parece dispuesto a abrirse paso entre los nubarrones.

En lo que calculan que será mediodía, deciden hacer un alto para reponer fuerzas y comer algo.

Colocan de forma tirante entre varios árboles algunas de las lonas que forman parte de las tiendas como si de toldos se tratase. Hacen bien su labor de contener la mayor parte del agua mientras la compañía descansa bajo sus lánguidas sombras; al menos les permiten recuperar un poco de la temperatura corporal y comer sin tragar litros de agua de lluvia con cada bocado.

La tarde no parece mejorar. Llueve a intervalos con menor intensidad, pero no cesa de caer agua. Por suerte, han alcanzado una pequeña línea rocosa perteneciente a las montañas que forman varias cuevas de pequeño tamaño, bastante angostas como para albergarlos a todos en una sola, por lo que se dividen en pequeños grupos para al fin secar sus ropajes y descansar hasta que el temporal amaine. Se apean de los caballos, a los que meten bajo la cueva  de mayor tamaño, y se preparan para pasar allí la noche. Les frustra no poder seguir avanzando, pero de seguir así enfermarían y todo el esfuerzo realizado hasta ahora sería en vano.

Montan guardia por turnos procurando descansar cuanto pueden aprovechando que con la lluvia pocos peligros pueden acechar. Cuando el cielo comienza a clarear anunciando un nuevo día, la lluvia al fin cesa.


-Estás ardiendo –manifiesta Alika al tocar la frente de su primo que yace tiritando empapado en sudor.

Oddur da un brinco desde su yacija tras oír que se reclaman sus servicios y, algo desorientado aún, se dirige a examinar al enfermo. Destapa la herida del pie del hombre del desierto para descubrir que está supurando y que el tejido que rodea a la herida está reblandecido y no sana debido a la gran humedad que ha absorbido el vendaje este pasado día.

-Debemos limpiarle bien la herida y hacer que permanezca lo más seca posible, de lo contrario no quedará otra opción que amputarle el pie.

-¿Amputarlo? –repite Tafari agitándose  con angustia.

-Si la infección continúa, será mejor perder un pie que la vida, camarada. Ahora dejadme trabajar –le responde Oddur mientras le sujeta y le pone frente a la nariz un pequeño frasco que desprende un dulce aroma; cuando ha inspirado un par de veces, Tafari  comienza a relajarse hasta que finalmente cae rendido-. Necesito pensamientos –pide el norteño.

-¿Pensamientos? –pregunta extrañada Alika.

-Es un tipo de planta –responde Kayra, que acaba de acercarse al lugar. Observa el mal aspecto de la herida, mira a Oddur y dice -: Iré a por ellas.

Da media vuelta y se adentra diligentemente en la arbolada más cercana buscando incesantemente cualquier flor con tonalidades violáceas y amarillentas, tal y cómo le había enseñado Oddur días atrás; sin embargo el tiempo pasa y no es capaz de localizar ni una sola. Absorta totalmente en la idea de encontrar las susodichas plantas para ayudar a su compañero, la joven no se percata de que alguien se acerca por su retaguardia. El crujir de una rama le hace volver a la realidad y se gira a medida que desenvaina su espada, mas no halla a nadie a su alrededor. Cuando vuelve a envainar el arma, convencida de que han sido imaginaciones suyas, descubre que a pocos metros en el suelo hay un pequeño montón de las violáceas plantas que andaba buscando.

Que alguien las había dejado allí era evidente, alguien que les ha estado vigilando y ahora pretendía aparentemente ayudarles, y, aunque desconfía, se decide a acercarse no sin hacerlo con extremada cautela. Recoge las flores y retrocede lentamente varios pasos antes de volver la espalda al lugar. Regresa lo más rápido que puede con el resto mirando en reiteradas ocasiones atrás hasta que una de estas veces cree divisar una silueta entre los árboles; para cuando se detiene la silueta ha desaparecido tan misteriosamente como apareció.

“Gracias, seas quien seas” se dice para sí.

Oddur prepara el cataplasma tan pronto recibe las plantas y deciden dejar que Tafari descanse un poco más para que este le haga efecto.

Cuando han pasado apenas dos horas, la fiebre comienza a remitir, y ante la insistencia del propio enfermo, deciden ponerse nuevamente en marcha.

La lluvia del día anterior ha lavado el aire y ha mullido tanto el terreno, que el silencio que les rodea mientras caminan es sobrecogedor.

Viajan durante horas y a cada paso que dan aumenta en los viajeros la sensación de que el bosque parece interminable. Cuando la monotonía se ha apoderado de ellos, los árboles que quedan a sus espaldas se agitan furiosamente alertándoles. Rápidamente, vuelven la vista atrás escudriñando el paisaje y el ruido cesa; mas, por más que agudizan la vista, no hallan nada salvo la inmensidad etérea del bosque.

-¡Qué extraño! –manifiesta Oddur.

-Habrá sido algún animal… –opina Cyra, quitándole importancia.

-Eso es lo extraño, hace ya un buen rato que no percibo la presencia de animal alguno –contesta el norteño, y mira entonces a Kayra que le asiente con convicción, puesto que ella también se ha percatado de lo extraño de la situación.

Rostam se encoge de hombros y apremia a su montura para seguir en camino, cuando se topa casi de bruces con tres hombres que le cortan el paso, y su montura relincha. Al notar su presencia, la compañía inmediatamente esgrime sus armas dispuestos a defenderse.

Entonces dos de estos hombres les apuntan con sendos arcos, y el tercero, el que ocupa el lugar central, sonríe y les dice con firmeza: -No es nuestra intención haceros mal alguno, pero si no bajáis las armas nos veremos obligados a mataros.


-¿Qué habéis hecho con nuestras familias? –pregunta con desespero Kihva. Desenvaina su cimitarra y amenaza con esta al extraño-. ¡Hablad ahora u os silenciaré para siempre!

El señor de Azad da varias zancadas antes de que sus compañeros le detengan. Forcejea cuanto puede con la desesperación en su rostro, observando de forma casi vehemente a aquella sombra que les habla.

-No tenemos noticia alguna de que nuestras ciudades hayan caído en manos enemigas, ¿por qué motivo deberíamos creeros? –pregunta Alker, una vez que Kihva ha cesado en su forcejeo.

La sombra rebusca entre sus ropajes y, una vez halla lo que busca, lo lanza a los pies del noble Knöt. Es un pequeño saco de terciopelo rojo. Alker, aunque dubitativo, lo recoge y lo observa durante varios segundos sin atreverse a abrirlo. Echa una mirada a sus camaradas, que no pueden evitar mantener la mirada fija en la pequeña bolsa, y finalmente decide ver qué guarda en su interior. Un pequeño objeto cae del saco a la palma de su mano. Le cuesta ver de qué se trata entre la escasa luz y la fina capa de suciedad que lo cubre, pero aprecia con cierta dificultad que es un broche. Cuando aparta la suciedad con el dedo, descubre lo que temía: es el broche que le regaló a su hija el día de su décimo cumpleaños.

-¿Qué le habéis hecho? –pregunta tras varios segundos, todavía pálido y sin apenas poder reaccionar. Entonces, la idea de que sus hijos estén siendo usados como moneda de cambio hace que le hierva la sangre-. ¿Qué les habéis hecho? –grita.

-Será mejor que bajéis la voz, señor, o no obtendréis respuesta alguna y ellos morirán –responde de forma tajante el extraño encapuchado.

Alker trata de recuperar la compostura, aunque sigue notando cómo su corazón bombea con fuerza y la sangre le inunda cada poro de su cuerpo. Advierte que con su escándalo ha despertado el interés de algún vecino fisgón, y fuese lo que fuese lo que iba a pedirles el enemigo, debían llevar lo más discretamente posible este contacto, por el bien de sus reputaciones y por salvaguardar la integridad de sus seres queridos.

-Vuestras familias están sanas y salvas, y así seguirán si accedéis a lo que os propongamos –continúa la sombra.

-¿Y qué diantres proponéis? –pregunta Kihva con ira contenida.

-Que nos ayudéis a postrar al rey Taerkan ante los pies del gran señor Eddelan, líder del pueblo Martu.

Los tres se manifiestan contrarios a la idea de forma inmediata; una cosa era ser tachados de traidores al conocerse esta improvisada reunión, y otra es ser realmente unos traidores.

-¡Jamás!, prefiero sacrificar toda mi estirpe a vivir con tal traición a mis espaldas –replica Adem, y sus camaradas dan muestra de compartir la misma opinión.

-Como gustéis, buenos señores. Pero cambiaréis de opinión, os lo aseguro –ríe con malicia el misterioso encapuchado, y sin más dilación, se funde con las sombras desapareciendo en la noche.

  


25
El hombre que les habla es alto y esbelto, algo mayor que los miembros de la compañía ya que unos mechones cenicientos resaltan entre sus castaños y desaliñados cabellos, pero es bastante bien parecido y atlético.

-¿Acaso no me habéis entendido? –dice con mayor autoridad viendo que su anterior comentario no ha provocado cambio alguno.

Los viajeros se mantienen desafiantes unos segundos hasta que perciben movimiento en los demás flancos, de los cuales emergen varios hombres armados más. Valoran durante unos instantes la tesitura de si es apropiado entrar en batalla o no, y llegan a la conclusión de deponer las armas puesto que están en clara desventaja. Onar suelta su espada, seguido por el resto, para luego levantar los brazos mostrando sus manos desnudas.

El que les ha hablado, el que parece el líder del grupo, se muestra satisfecho con la elección de los viajeros, hace un gesto con la mano y varios de sus hombres les registran deshaciéndose de todas las armas que portan, luego les atan las manos.

-No parecen ladrones –susurra en su lengua Tafari-. No al menos como los que nos encontramos en el bosque anterior.

-Lo averiguaremos enseguida, me temo – le responde Onar. 
Cuando el líder da orden de moverse, varios de estos hombres guían las monturas de la maniatada compañía.

Siguen una estrecha senda, lo que les obliga a ir de uno en uno. A ratos, el líder del grupo se detiene a un lado de dicha senda y observa cómo desfilan sus prisioneros. En una de estas paradas, retoma su marcha caminando al lado de la joven reina Griundel.

-Sois norteños, ¿no es así? –le pregunta casi sin mirarla; sorprendida ante su pregunta, Kayra se limita a observarle reflexionando sobre lo apropiado de revelar dicha información. El hombre le echa una ojeada de soslayo y, apreciando su ligera mueca de duda y desconfianza, se echa a reír –Tranquilizaos, no voy a mataros porque seáis norteños, era mera curiosidad, aunque vuestro aspecto os delata.
Entonces Kayra se siente ridícula por haber dudado sobre si contestar o no, pero no puede evitar recelar de aquellos hombres.

-¿Qué queréis de nosotros? –le pregunta finalmente.

-¡Pero si sabéis hablar!, ya había perdido la esperanza –se mofa este, y la norteña se indigna-. Vos no habéis querido responder a mi gentil pregunta, ¿por qué iba yo a responderos a la vuestra? No, ni hablar, no voy a quitaros el gusto de descubrir la sorpresa.

-¿Sorpresa? –pregunta la joven.

En ese preciso instante, la angosta y lúgubre senda se abre a un amplio paraje con enormes árboles bañados por un suave sol. Una hermosa estampa de brillantes colores verdes y dorados se clava en sus retinas. La belleza del lugar les tanto absorbe que se recrean en él hasta que les obligan a bajar de las monturas.

-Vamos, nos estará esperando –oye Argus que el líder le musita a uno de sus subalternos.

A empujones les obligan a caminar rumbo a los altos árboles, que crecen más y más a medida que caminan hacia ellos haciéndoles sentir seres diminutos.

-¿Adónde nos lleváis? –pregunta Argus ralentizando el paso provocando así la ira de su escolta más cercano que le zarandea con fuerza obligándole a avanzar.

-Enseguida lo averiguaréis, sed pacientes –ríe el líder, y el resto se arrancan en risotadas fanfarronas. Argus aprieta los dientes y murmura a modo de protesta, maldiciéndoles.

La majestuosidad de la alta y castaña floresta les sobrecoge cada vez más, y la inquietud no les abandona en ningún momento entretanto obedecen las órdenes de sus asaltantes. Cuando llegan junto a uno de los árboles, se detienen. Dicho árbol tiene un tamaño tal que para ser abrazado harían falta más de una treintena de hombres. Entonces el líder tira de una cuerda, tan bien camuflada que ninguno la había advertido, y lo repite un número determinado de veces; justo cuando cesa, un trozo de la corteza del árbol cede descubriendo una pequeña puerta oculta por la que entran por parejas. Dentro, una lóbrega y angosta escalinata se presenta ante ellos.

Suben los pequeños peldaños durante largo rato, minutos que se les antojan eternos y tediosos. La falta de espacio y el poco aire que consigue entrar por unas ranuras minúsculas por las que se cuela algo de luz, llega a ser agobiante.

Al fin la oscuridad se termina y dan a parar a una plataforma al aire libre. La sofocada compañía agradece la luz y el aire fresco que inunda de forma ansiosa sus pulmones para luego caer en la cuenta de que están a varios metros en el aire, cosa que aterra a Rostam, que se muestra abiertamente tenso.

-¿Qué os sucede, amigo, os dan miedo las alturas? –se mofa uno de los escoltas.

Entonces Rostam le clava una mirada de odio y le responde:

-Reíd ahora, que ya os tocará llorar.

La respuesta le pilla tan por sorpresa que al principio no produce mayor reacción que la de perplejidad, mas cuando el guardia asimila lo que resuelve como un desafío ambos demuestran sus ganas de pelea. Entonces el líder del grupo interviene para detener la afrenta y reprender a su subalterno.

-¡Suficiente! –le ordena-. Tenemos órdenes de llevarles ante Erwynd sanos y salvos, y así lo haremos.

Algo en ese nombre le resulta extrañamente familiar a la reina Griundel aunque no logra acertar el motivo, sin embargo lo que realmente le preocupa es averiguar la intencionalidad de aquel que muestra tanto interés en ellos en esos recónditos parajes. Cuando les hacen reanudar la marcha, se encuentran subiendo por unas planchas incrustadas en la corteza del árbol que forman una nueva escalinata. Rostam sufre cada vez más con cada peldaño que logra subir, y aunque procura no mirar abajo, tiene una pequeña crisis nerviosa cada vez que echa la vista a sus pies y ve entre los escalones a la elevada altura a la que se encuentran.

Cuando llegan a un nuevo nivel, ven que están en lo que parecer ser un puesto de vigilancia. El líder intercambia un par de comentarios en voz baja con el vigía que les recibe; este le asiente y se dirige entonces con diligencia a un gran ventanal al que asoma un trapo de color azul. Cuando lo ha agitado varias veces en el aire, en otro puesto de semejantes características, otro vigía le responde de igual modo. Los puestos están tan bien camuflados que a simple vista cuesta distinguirlos entre la espesura.

Tras ver la respuesta del otro puesto, el vigía coge un sistema de poleas próximo al ventanal y va tirando poco a poco de una de las cuerdas lo que hace que progresivamente aparezca un puente colgante entre ambos puntos.

-No pienso cruzar por ahí –musita Rostam con renovado pánico.

El líder, que le oye, se echa a reír y, poniéndole una mano en el hombro, dice: -No os queda otra, amigo.

Una portezuela se abre y son conducidos a través del inestable puente.

-No mires abajo, sólo concéntrate en caminar sobre las tablas –susurra Cyra al asustado Rostam- .Estaré contigo.

Y el nerviosismo del hombre del desierto disminuye ligeramente permitiéndole continuar en camino. A medida que avanzan, oyen un murmullo que les es familiar. “Gente”, piensan casi al unísono. Y de entre la densidad del bosque, van asomando retazos de viviendas y edificios de reducido tamaño que abrazan las anchas cortezas de los árboles. Una pequeña ciudad colgante va apareciendo ante sus ojos como si de algo mágico se tratase.

Decenas de casas asoman al vacío desafiando a la gravedad. Las gentes que en ellas habitan se reúnen en pequeños mercadillos o plazuelas que reposan sobre las amplias ramas. Centenares de escalinatas y pasarelas unen de forma muy eficiente todos y cada uno de los puntos de la gran ciudad colgante.

-Bienvenidos a Logó Falhu –dice el líder del grupo con un dramático gesto según avanzan.

En lo más alto del árbol que ocupa la zona más central, un enorme e imponente edificio de labrados acabados acapara la atención de Kayra.

-¿Ahí es a dónde vamos? –le pregunta al líder; este responde a la pregunta de la norteña con una amplia sonrisa.

Escalinata tras escalinata, pasarela tras pasarela, finalmente alcanzan el edificio y se topan con una alta puerta de madera ricamente adornada con hermosos grabados. Los dos jóvenes que la escoltan miran con recelo a los prisioneros.

-Traemos a los viajeros que quería ver Erwynd.

Tras una mirada analítica que otra a la compañía, uno de los guardias da varios golpes a la puerta y esta se abre pesada y chirriantemente.

-Podéis pasar –dice.

Una vez dentro, una serie de estrechas y altas galerías excavadas en la densa madera se abren en varias direcciones. Les conducen con apremio por una de estas sin vacilaciones. Varios pasillos después, al fin se detienen ante una puerta donde una hermosa joven de largos cabellos castaños les aguarda. Esta, tras echar una rápida mirada a los prisioneros, da muestra al líder del grupo captor de su gratitud con una modesta sonrisa.

-Pasad, padre os está esperando.




26
Cuando han cruzado la puerta y dejado atrás a la hermosa joven, se encuentran con una redondeada estancia repleta de estanterías con libros de todos los grosores; en el suelo una amplia piel de oso vigila la puerta con ojos vacuos, y al fondo de la sala, junto a un enorme ventanal, un hombre de avanzada edad aprovecha los últimos rayos de la tarde para leer sentado en un confortable sillón. Una blanquecina y rala barba dividida por un mechón azabache le enmarca la redonda cara apartando la atención de su escasa cabellera y su abultada panza.
Sobre el enorme escritorio que le precede, se amontonan cartas y manuscritos de toda clase.

Cuando el anciano se percata de la llegada de los prisioneros, se quita sus anteojos y les recibe con una cordial sonrisa.

-¡Por fin!, habéis tardado tanto que aún tenía pelo cuando os marchasteis –ríe el anciano. Se pone en pie y rodea la mesa entretanto el líder del grupo se le acerca y ambos se funden en un cordial abrazo.

-Nos costó encontrarles, señor, eso es todo. Aquí les tiene tal como solicitó.

-Buen trabajo, hijo, buen trabajo –le felicita con un par de palmadas en la espalda, luego se dirige a los viajeros-. Así que aquí tenemos a la gran reina Griundel, es un placer volver a veros, jovencita.

La sorpresa de la compañía es notoria, y aún más la de Kayra.

-¿Me conocéis? –pregunta confusa.

-Lo hice, un día, hace ya mucho tiempo. La última vez que os vi apenas podíais tensar el pequeño arco que os acababa de regalar –responde con ternura.

Un aluvión de recuerdos inunda la mente de la joven norteña.

Se ve a sí misma con apenas seis años tratando de tensar el arco que uno de los hombres de confianza de su padre le había regalado días atrás. Tras varios intentos fallidos, al fin una menuda flecha vuela tambaleante y alcanza el fardo que sirve de diana.

-Mirad padre, ¡le he dado! –anuncia plena de orgullo; su padre, que se halla a pocos metros de ella, celebra el logro de su pequeña con un aplauso. Luego, se dirige al hombre con el que conversa su padre, quien le había regalado el arma: -¿Habéis visto, Erwynd?

Erwynd, eso era; de eso le sonaba ese nombre. Fijándose bien en el anciano todavía podía distinguir su apuesto porte, sus profundos ojos verdes y sus largos cabellos castaños deslumbrando por el sol de aquella mañana de verano.

-Vos sois Erwynd, vos eráis uno de los mejores amigos de mi padre –comenta con parsimonia saliendo del leve trance.

El anciano sonríe nuevamente y le asiente.

-Así es, bueno, así fue. La vida da muchas vueltas y, ¿quién me iba a decir a mí que os iba a volver a ver, y más por estos lares?

-¿Y qué hacemos aquí exactamente? –interrumpe Onar cortante.

Al no esperarse tal interrupción, el anciano se queda algo descolocado durante unos instantes, tras los cuales cambia su hasta ahora cordial expresión por una más severa.

-Bueno, supongo que ya habréis oído rumores sobre nuestra hermosa ciudad colgante. Hermosa y libre –dice, resaltando esto último con énfasis- Nadie pasa por estos bosques sin que nos enteremos. A veces permitimos que pasen sin más y otras tantas nos vemos obligados a intervenir si así lo consideramos oportuno. Y lo hemos considerado oportuno… ¡No todos los días tenemos a tan variopintos e ilustres invitados!

-¿Invitados?- pregunta con acentuado sarcasmo Rostam mostrándole sus maniatadas manos.

-Oh, perdonad por estas toscas formas, pero comprendednos: explicar nuestra intención es algo complicado si vais armados y con tan alto nivel de hostilidad hacia lo ajeno. No hubieseis permitido que os trajesen aquí desarmados si lo hubiésemos pedido, no os habríais fiado de nosotros.

-¿Y creéis que este es el mejor modo de pedirnos confianza? –se queja Onar.

-¿Os habríais desarmado ante mis hombres por mucho que os lo hubiesen pedido?, ¿por mucho que os hubiesen explicado la situación? –pregunta astutamente el anciano; Onar no responde, pero su silencio lo dice todo.

Entonces el anciano hace un leve gesto a la escolta de la compañía y estos inmediatamente les desatan, mas la tensión existente entre los presentes sigue siendo palpable.

-Seguimos sin saber qué queréis de nosotros –comenta Kayra frotándose las doloridas muñecas con algo menos de hostilidad en la voz.

-Es más cuestión de mera curiosidad que de querer algo de vosotros –le responde el anciano conciliador-. Lamento que hayamos tenido que ser tan bruscos al traeros aquí como si de prisioneros os trataseis, no es nuestra intención que os sintáis como tal, pero dudamos de que os hubieseis mostrado colaboradores, ciertamente. Logó Falhu os abre sus puertas y os invita a disfrutar de nuestra modesta hospitalidad.

Quizás lo hasta ahora vivido les haya vuelto excesivamente desconfiados. En sus semblantes se aprecia sin lugar a equívocos que la travesía y la sensación de vulnerabilidad que les causan estas tierras inhóspitas les ha vuelto recelosos y eso les había endurecido los corazones.

-Habiendo dado una muestra de buena fe desatándoos e invitándoos a ser nuestros huéspedes, ahora os toca a vosotros mostrar buena voluntad. Podríais al menos contarnos qué trae a tierras salvajes a la mismísima reina Griundel y a tan variada compañía.

El silencio se apodera del momento, mas los miembros de la compañía apenas lo notan puesto que en sus cabezas las reflexiones acerca de lo oportuno de revelar dicha información y de aceptar la oferta resuenan como una fuerte cascada. Sin embargo, en la mente de Kayra solo hay lugar para el recuerdo.

Tras varios densos segundos de espera, la reina al fin se manifiesta.

-Accedemos a vuestra invitación, pero mucho me temo que el propósito de nuestra visita requiere de algo más que de muestras de buena voluntad. Tal vez con comida y refugio, valoremos si confiar en vosotros o no, ciertamente –finaliza imitando con ello el tono antes usado por el anciano para justificar su apresamiento.

Sensaciones de contrariedad emergen entre sus compañeros, y, aunque sus rostros no logran disimular su descontento, guardan silencio para no desacreditar a la joven Griundel.



-¿Cómo se os pudo ocurrir aceptar la invitación de esta gente? ¡Nos han tratado como a criminales! –se queja indignado Onar. Camina junto a Kayra por una de las largas galerías que conforman el consistorio. Se dirigen al banquete al que les ha invitado el anciano Erwynd, el gobernador de la ciudad -. No teníais derecho ninguno a hacerlo sin consultarnos al resto. ¿Cómo podéis fiaros de quienes nos han tratado así?

-Ninguno dijisteis nada, y valoré lo que era mejor para todos dadas las circunstancias. Claro que no me fio de ellos, pero quieren algo de nosotros y quizás podamos aprovecharnos de ello. Buscar aliados aquí no nos vendría nada mal.

La ira y la indignación recorren el rostro del joven Knöt que frena a la norteña sujetándole firmemente del brazo.

-No volváis a hacer algo así –dice imponente y tosco. Kayra, sorprendida, le mira de arriba abajo, y luego se recrea en el brazo que el iracundo muchacho le aprieta. Se mantienen unos segundos la mirada y Onar sentencia -: Jamás.

-Y vos no volváis a tocarme.

Se zafa del muchacho y continúa andando hacia el salón donde un suculento banquete les espera, dejándole atrás en el largo pasillo.



El jolgorio y la alegre música que acompañan el banquete resuenan por las numerosas galerías cercanas al gran salón guiando hipnóticamente a los que a este acuden. Cuando Kayra cruza las puertas, descubre una gran estancia de techos bajos y abovedados donde la madera es la protagonista: mesas largas recorren el amplio espacio formando un semicírculo junto a las que macizos sillones labrados aguardan ser ocupados por los invitados; en el extremo en que el semicírculo se abre, se encuentra otra mesa más ricamente decorada cuyos sillones se orientan hacia el resto.

En un rincón de la sala un pequeño grupo de músicos tocan alegres melodías bajo la atenta mirada de algunos de los allí citados. Pocos minutos después de la entrada de la joven reina, se le unen el resto de la compañía, incluido Onar que aún conserva un aire de resentimiento, y acto seguido hace su entrada Erwynd, acompañado de su hermosa hija y de algunos de sus guardias personales.

El anciano se dispone a tomar asiento en la presidencial mesa central, no sin antes invitar en un gesto al resto de los allí presentes que se disponen alrededor del gran semicírculo. Cuando toman asiento, Griundels lo hacen por un lado y hombres del desierto por otro, y aunque están sentados muy próximos, apenas cruzan palabra alguna.

La cena pasa sin mayores incidencias: un vistazo aquí y allá, algún cruce de miradas entre los irritados miembros de la compañía y entre Kayra y Erwynd en reiteradas ocasiones. Cuando la cena roza ya su fin, Erwynd dirige su mirada una vez más hacia la joven y esta, que parece sentirlo, traslada su atención hacia su anfitrión que ladea la cabeza señalándole hacia la enorme balconada que está a su espalda. Entonces Kayra se pone en pie y con parsimonia se dirige hacia el amplio balcón hecho, cómo no, de madera. Sin embargo, esta vez no se trata de madera tallada, sino que tanto la plataforma como la barandilla que lo forman son parte de las ramas del enorme árbol en que se encuentra el consistorio que han sido guiadas para tal fin. Mientras espera, echa una ojeada a la inmensidad que la rodea. Decenas de pequeñas luces relucen titilantes nadando en el mar de oscuridad nocturno como si de luciérnagas se tratase. Anonadada por la mágica escena, apenas percibe la llegada del anciano.

-Unas vistas preciosas, ¿no es así? –pregunta acaparando la atención de su invitada.

-Sin duda –contesta esta-. Es impresionante cómo habéis construido una ciudad a esta altura, en estos árboles.

-La ciudad lleva aquí desde hace tanto, que ni los más ancianos del lugar recuerdan quién la construyó o por qué motivo. Pero está claro que un lugar así debía preservarse, y qué mejor que serlo a manos de personas de espíritu libre como lo somos los que en ella habitamos ahora.

-¿Libres decís?, he oído varias veces cómo os autodenomináis gente libre que no atiende a leyes ni a reyes. Mas vos sois quien aquí gobierna…

-En efecto, pero lo hago porque así lo ha decidido el pueblo y no porque mi sangre dicte que así deba serlo –le responde con total calma. Aunque trata de disimularlo, la incomprensión se refleja en el rostro de la muchacha-. Aquí todos tienen voz y voto, y las normas y los cargos relevantes se adjudican según los deseos de todos, o al menos, de la gran mayoría.

-Curiosa forma de administrar un pueblo –reflexiona en voz alta Kayra-. Veo que os ha ido mejor aquí que en mis tierras.

-¿A qué os referís, jovencita? –pregunta con inocencia Erwynd.

-A que hacer memoria no solo me ha ayudado a recordar vuestro nombre, también me ha brindado la ocasión de recordar quién sois realmente. O, para ser más precisos, quién fuisteis.

-¿Y quién creéis que fui, si puede saberse?

-Un traidor.



  
27
-Los días pasan y los suministros empiezan a escasear, mi señor –le comunica con pesar uno de los consejeros al rey Taerkan.

Sentado, observando la mesa cartografiada, el monarca Knöt cierra los ojos durante unos segundos con tristeza al oír lo que en realidad ya sabe. Los suministros de la ciudad hubiesen sido suficientes para varias semanas más de no haber tantas bocas que alimentar, mas no podía mostrar su descontento puesto que Griundels y Manahís estaban allí para ayudarles a resistir y sin su ayuda tal vez la ciudad ya hubiese sucumbido a los intentos de conquista Martu.

-Habrá que ir valorando la huída a Abir- responde en un hilo de voz.

-No creo que sea posible desplazar a tantas personas sin que caigamos en algún tipo de emboscada. Y no todos los que deberán ser trasladados saben blandir un arma, señor –apunta el consejero.

Esto es lo que más le preocupa: debía ante todo proteger a sus ciudadanos a toda costa, y Kanbas, siendo una de las ciudades más grandes del reino, albergaba a demasiada gente inocente.

-Concertad una reunión lo antes posible con los principales representantes Griundels y Manahís; avisad también a Adem, Kihva y Alker además de a cuantos generales haya disponibles. Tenemos una huida que planear.



Pocas horas después, los allí citados van haciendo acto de presencia. Ahren junto con varios soldados de alto rango, entre ellos Audris, es el primero en llegar, seguido por Erol, Kihva y Adem que caminan conversando entre ellos con aire severo; pocos instantes después llega Valerio con su hijo Paulo y dos de sus hombres de confianza, y en último lugar, con cierto retraso, aparece Alker. Taerkan que ha ido contemplando las escalonadas llegadas, no puede evitar echar una mirada de reprensión a Alker por su falta de decoro al llegar tarde. Este se disculpa con una leve reverencia  y ocupa su lugar entre el resto alrededor de la gran mesa.

-La situación es crítica, señores –comienza la reunión Taerkan al fin, y todos enmudecen-. Los suministros de la rica Kanbas se agotan a pasos agigantados. Mucho me temo que nuestros días aquí están contados.

Las caras de consternación inundan el lugar. Todos sabían que la resistencia en Kanbas sería transitoria, que tarde o temprano se verían obligados a huir con el gran riesgo que ello conllevaba ya que entre nativos e invitados componían un número considerable, y que la opción de resistir en la ciudad dorada hasta el final era una necedad puesto que, de caer los altos cargos Knöts y Manahís allí presentes, sus reinos lo harían tras ellos.

-Todos estamos de acuerdo en que la huída de esta ciudad es inminente –se pronuncia Valerio en nombre de todos-, pero huir, así sin más, atravesando el desierto es también muy arriesgado. Desplazar a tan numeroso grupo por un lugar tan expuesto, provocará que nos cacen como a animales.

Varios de los presentes asienten modestamente.

-No podremos cruzar las puertas sin que nuestros indeseables vecinos se nos echen encima –dice Erol, y varios de los allí presentes dan la razón al viejo general Knöt.

-Mas no podemos quedarnos aquí por más tiempo, señor –opina Ahren, observando la cara reflexiva del rey Taerkan-. No tardarán en echar abajo vuestras puertas y no podremos apelar a que esos seres tengan piedad o clemencia con nosotros.

-Además, Abir caería sin mostrar resistencia si su rey y la mayor parte de su ejército perece aquí –recalca Erol.

-Tampoco podemos permitirnos perder esta ciudad –se pronuncia saliendo de entre las sombras el viejo consejero real-. Sería lamentable permitir que una vez más esta antigua ciudad fuese asediada por los mismos desalmados que la llevaron hasta las ruinas tiempo atrás.

-Es más importante conservar la vida que una ciudad de roca y madera. Nuestros ancestros estarían totalmente de acuerdo con ello –sentencia Taerkan con voz firme.

El monarca se pone en pie y se muestra pensativo durante unos minutos.

-Hay una forma de salir de la ciudad sin levantar las alarmas enemigas, o al menos no hacerlo hasta que estemos lo suficientemente lejos de sus muros –explica Taerkan. Hablar de este tema le incomoda sobradamente, y ante la cara de incredulidad de los presentes, se ve obligado a proseguir -: En un punto de palacio hay una puerta secreta, puerta que da a parar a un largo pasadizo que los Naëttis construyeron para poder salvar la vida su monarca en caso de asedio. Aunque la ciudad acabó muy maltrecha tras la Era de la Expansión, y tras lo que todos sabemos que ocurrió en ella, se encuentra en buenas condiciones a pesar de que no se ha vuelto a usar desde que reconstruimos la ciudad. Recorre subterráneamente la ciudad y se abre a poco más de una legua de las murallas de Kanbas –explica Taerkan, mientras, en el mapa, va señalando por dónde pasaría dicho pasadizo. Detiene su dedo al sur de la ciudad, en dirección al río Bolorma.

-¡Perfecto, así podremos salir de aquí sin ser atacados! –comenta con entusiasmo Valerio-. Podremos ganar unas horas de ventaja.

-El problema, compañero, es que el pasadizo es angosto y no cabrían más de tres personas a lo ancho. Habría que sacar a tanta gente que tardaríamos muchas horas, tantas que nuestro plan de huída podría ser descubierto y podría suceder lo peor.

-Nos encerrarían como a animales, ¡moriríamos de hambre! –lamenta el rey Manahí.

-Por no decir que si nos atacan desde la entrada, seríamos un blanco fácil –reflexiona Ahren en voz alta-. Estaríamos entre la espada y la pared.

-Por esa razón no podríamos irnos todos de la ciudad. Algunos hombres deberán quedarse aquí para contener a las tropas enemigas y así asegurarnos de que no se descubre nuestro plan de huída –expone Taerkan. La rabia al pensar que tendrá que dejar a gente atrás se apodera de su voz; permitirá que hombres buenos se sacrifiquen en pos del bien común.

El silencio inunda la sala.

Todos sopesan la situación, es cuestión de suerte el vivir o el morir. Ninguno levanta la vista de la mesa mientras los minutos pasan lenta y penosamente con gran tensión, hasta que de repente Erol se pronuncia:

-Mi señor, si me permitís, me ofrezco a quedarme y protegeros hasta mi último aliento –pone el puño derecho sobre su pecho, a la altura del corazón, mientras realiza una leve reverencia ante su rey.

Este le asiente, sabedor de que su buen general, y viejo amigo, no dudaría en ofrecerse. Le observa con aire nostálgico, le pone las manos sobre los hombros y dice con un reprimido pesar: -Gracias, amigo mío.
Erol sonríe con orgullo mientras el resto continúan en su mutismo. En ese momento, Audris busca con la mirada a los dos hombres a su cargo que la acompañan en la reunión, ambos se la devuelven y le dan signos de aprobación ya que entienden perfectamente lo que esta les ha pedido con sus cristalinos ojos.

-Yo también ofrezco mi vida a la causa, señor –interrumpe la voz de la capitana Griundel -. Mis hombres y yo nos quedaremos para retener cuanto podamos a esas bestias del averno.

Ahren no da crédito a lo que acaba de suceder y tarda varios segundos en reaccionar.

-Venís de pasar un calvario en Skórgull, no tenéis por qué hacer esto –dice con cierto tono suplicante.

-Precisamente por eso, mi señor, sabemos cómo combatirles. Perdimos todo lo que teníamos, nada nos espera allí. Dejadnos al menos ser útiles a la causa, dejadnos poder elegir morir a nuestro modo y que así nos ganemos la gloria eterna–responde sin titubeos la joven capitana Griundel.


Los edificios más emblemáticos han sido convertidos en refugios para la gran mayoría de asustados civiles que continúan en Kanbas. Allí, varios portavoces de palacio anuncian:

“Se comunica a todos los habitantes de Kanbas que serán evacuados de inmediato a Abir ante el riesgo de una inminente invasión. Se realizarán tandas para que la evacuación sea lo más rápida posible y no haya mayores incidentes. Cada persona cargará con sus pertenencias, por lo que se pide que se lleve sólo lo imprescindible pues la caminata será larga. A cada uno se os entregará un pequeño saco con comida y agua suficientes para varios días. Nuestro señor, el rey Taerkan, os pide que conservéis la calma y os conmina a que hagáis caso a los responsables de la operación para que no haya ningún tipo de problema. Gracias por vuestra atención.”

Además de en los principales refugios, varios emisarios recorren la ciudad para que aquellos que se refugian en sus casas acudan a la evacuación.

La entrada al pasadizo está oculta en la sala del trono real, concretamente se encuentra bajo el pesado trono de madera y oro. Taerkan toma asiento en este, mientras se le comunica el plan al pueblo, y palpa unos pequeños ornamentos en forma de luna situados en el frontal de los reposabrazos. Los gira de tal modo que acaban mirando hacia afuera, cuando originalmente ambas lunas estaban mirándose. Acto seguido, se oye el sonido de unos mecanismos que se ponen en marcha y el sillón se acaba desplazando lentamente hacia detrás abriendo así el paso al túnel.

A pesar de que la operación se realiza por turnos, las colas son largas y las esperas interminables. Aún con todo, el ritmo es constante y, a lo largo de toda la noche, el flujo de gente no cesa. Para cuando los primeros rayos de sol asoman por el horizonte, el último grupo ya casi está cruzando el umbral del túnel.

-Señor, con todos mis respetos, deberíais iros cuanto antes –comenta Erol.

-No me iré de aquí hasta que todos estén a salvo –responde el monarca Knöt.

-Tampoco sería oportuno que arriesguéis vuestra vida de este modo –reflexiona el viejo general-. Perderos no ayudaría a la moral de vuestro pueblo.

-Mi pueblo entenderá que su rey se sacrifique por ellos si fuese necesario. Y dejad de preocuparos, tengo a los mejores protectores aquí mismo –responde una vez más, mientras echa una mirada cómplice a su camarada y este le esboza una agradecida sonrisa.

De pronto, un joven soldado se aproxima a toda velocidad a ambos. Y, antes de abrir la boca, su cara delata lo que viene a comunicarles.


-¡Todos a las armas! –vocifera con firmeza Erol.